Asimetrías y otras ¿fruslerías?

EL MUNDO 11/07/13
JUAN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

EN 1931 Cataluña no era todavía una nación, a no ser que caigamos en la estéril consideración de que la condición nacional se trasmita genéticamente desde tiempos inmemoriales, en los que, paradójicamente, sucumbe la Historia a los caprichosos dictados de la memoria. Por ello, y ante la reivindicación de los nacionalistas, los constituyentes republicanos concibieron la fórmula del Estado integral que, sin exclusivismos ni asimetrías, planteaba sustituir el sistema centralista por un Estado autonómico donde no estaban predeterminados ni el número, ni la calidad de las comunidades que podrían acceder a la autonomía. Que unas llegaran antes, y que el proceso se paralizase por la Guerra Civil puede y debe explicarse para no alimentar la ilusión de que sólo Cataluña, País Vasco y Galicia estaban llamadas a alcanzar tal condición. Convendría recordar que en todas las regiones se iniciaron los trámites, con lo que el mapa autonómico resultante probablemente hubiera diferido poco del actual. En Extremadura, por ejemplo, se creó una comisión pro estatuto regional extremeño y se acometieron gestiones que a punto estuvieron de fructificar para que Huelva formara parte, junto con las provincias de Badajoz y Cáceres, de una región autónoma onubo-extremeña.
En 1873, los diseñadores del primer régimen republicano tampoco consideraron que Cataluña fuera nación. El proyecto de Constitución de la República Federal la distinguía como una de los 17 Estados — como Extremadura— compatibles con la existencia de una única nación, la española. En aquellos momentos ni la asimetría ni la genética preocupaban especialmente a los españoles de ambos lados del Ebro; pero, a diferencia de lo que sucedería en 1931, lo que sí se hizo fue definir cuántos Estados y qué competencias podrían desempeñar, en relación con las de la Federación.
Entre ambas coyunturas republicanas transcurrió la última década del siglo XIX, en la que Cataluña tampoco era todavía una nación. Y ello a pesar de los que ya se afanaban por fundamentarla —pues no hay nación sin nacionalistas— y por crear un partido regionalista/nacionalista con el que participar en la política, que pretendían modernizar. Pero, tal como escribió Josep Pla, hasta la crisis del 98 el catalanismo fue un fenómeno muy minoritario, quatre gats. Cambó reconocería en su Memorias que fue entre 1896 y 1906 cuando el catalanismo sentimental se transformó de raíz en movimiento popular. Unos años después, en 1918 y en plena crisis de la Restauración, se presentó en el Parlamento un proyecto de autonomía de Cataluña, precedido de una campaña pilotada por Cambó: la campaña por la autonomía integral de Cataluña y por la España grande, en la que los nacionalistas catalanes aplaudían las demandas autonomistas de todas las regiones españolas. Extremadura, como también sucedería con Andalucía o Castilla, se sumaría a la oleada, iniciando trabajos para elaborar un proyecto que pudiera ser discutido y aprobado en Cortes. Al final, la creciente conflictividad social bloquearían tan sentidas aspiraciones.
A la altura de 1978 cristalizaba la Transición y los constituyentes españoles tampoco reconocieron a Cataluña la condición de nación, otorgándole la discutible consideración de nacionalidad histórica. Se había puesto en marcha un proceso preautonómico de diferentes velocidades y con reconocimiento también de variadas capacidades que desembocó en la actual España de las Autonomías, donde ni todos los estatutos son iguales, ni como es lógico en Extremadura se reivindican competencias lingüísticas o marítimas como en otras comunidades, por referir sólo dos ejemplos si no de asimetrías (¿?), sí al menos de diversidad.
Podrá objetarse que no hemos abordado aquí la controvertida cuestión del qué, del cuándo y del desde cuándo debería hablarse con propiedad de nación y, en su caso, de nación catalana. Como ha podido comprobarse, lo que nunca estuvo verdaderamente en cuestión en la Historia contemporánea fue la nación española, como tampoco estuvo en el ánimo de los nacionalistas históricos catalanes refutar el derecho a la autonomía de otros territorios. Por eso, en el caso de que ni una cosa ni otra sean una fruslería la argumentación de los asimétricos y el culposo desgarro de vestiduras de los neo abominadores del café para todos debieran merecer una explicación.
Quede claro que, por obvio, lo de los excesos, duplicidades, incompetencias y rectificaciones se entiende sin mayores esfuerzos; con lo que, mejor que explicarlo, bienvenidas serían las ideas para corregirlo. Pero lo otro, lo de las asimetrías y lo de las exclusividades históricas atribuibles a sólo algunas comunidades, eso sí que merecería una aclaración y no precisamente de las del tipo críptico tautológico que inmortalizara Pepe Isbert en antológica y berlanguiana frase: «Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación que os debo os la voy a pagar». Mientras llega, retomo la lectura de la vigilante y artificiosa desesperanza ciceroniana: Quousque tandem abutere, Catilina, patienta nostra?

Juan Sánchez González es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Extremadura.