EL PARTIDO Ciudadanos tiene una versión pletórica y admirable, la representada por Inés Arrimadas. En Cataluña, fajado en la pugna contra el nacionalismo –Némesis perfecta–, conserva la fijación a un argumento poderoso y a un papel casi histórico, arrebatado al PP, que le impide volverse un partido frívolo que revisa cada mañana el fondo de armario para comprobar de qué humor doctrinal ha amanecido. En Cataluña, además, no le cuesta recordar por qué y cuándo nació: cuando la propagación nacionalista, como en la Casa Tomada de Cortázar, alcanzó y contaminó las estancias de la socialdemocracia, nunca recuperadas después.
Fuera de Cataluña es otra cosa. Allí, lejos de la primera línea de resistencia, ya sea porque no le pesa una noción de destino particular o porque necesitó atraerse cuadros en aluvión, el partido se llenó de arribistas y logreros que han convertido la procedencia de la sociedad civil en una coartada para no creer políticamente en nada y entre los cuales surge el arquetipo de Marín. De la situación en Andalucía nunca podría reprocharles el asquito que les da Vox porque estoy convencido de que el esnobismo melindroso, el sentir uno que está alternando con alguien de inferior condición, es una de las conductas más deliciosas de la vida en sociedad. Yo mismo, que voy de barrial, al ir a estrechar una mano pienso a veces que el propietario tiene cara de no lavárselas después de mear y entonces corrijo el ademán, hago una finta y lo despacho con una palmadita en el hombro.
Lo extraordinario de Cs fuera de Cataluña es el desahogo, que diría Carmen Ordóñez –«¡Desahogaos!»–, con el que salta de una teoría contradictoria a otra y luego otra vez a la anterior sin ni siquiera repartir biodramina entre su electorado. Su campaña andaluza estuvo basada en la imperante necesidad de liberar la región de un régimen cleptocrático, clientelista y fracasado que llevaba cuarenta años marchitando una tierra bendecida por el Señor. Bien, ya entonces se nos hizo evidente que algo no encajaba porque a ese régimen era precisamente Marín quien le había permitido con su apoyo existir durante los últimos cuatro años. Pero es que ahora resulta que la necesidad higiénica no era tan imperiosa, que el régimen socialista no era tan maligno, porque hay un peligro mayor, el representado por Vox, que devuelve la querencia de Marín y Rivera hacia allí donde no sienten asquito esnob, que es entre socialdemócratas, entre propietarios de la patente de virtuosismo progresista.