Asuntos internos

ABC 29/10/14
IGNACIO CAMACHO

· La regeneración será creíble cuando los propios partidos tomen la iniciativa de denunciar a los corruptos en sus filas

PEDIR perdón constituye un gesto de nobleza cuando se efectúa con humildad y propósito de enmienda. La naturaleza arrogante de la política, donde rara vez se admiten errores propios, lo vuelve sin embargo sospechoso de impostura, un recurso de apariencia acartonada y forzosa. El político que ofrece excusas parece a menudo obligado a desempeñar sin convicción el papel del político que ofrece excusas. Por eso no le suele acompañar en el trámite el lenguaje gestual: le queda demasiado rígido, ortopédico, como si estuviese digiriendo un sapo –que casi siempre es lo que le sucede en realidad– o interpretando sin fe una partitura de compromiso. Por lo demás, la palinodia pública es un arma de un solo tiro. Al dirigente que reconoce más de una equivocación le acaban pidiendo que se vaya.

Rajoy y Aguirre han ido esta semana más lejos que la mayoría de sus colegas y adversarios con sendas disculpas taxativas por sus clamorosos fallos en la selección de personal. Ocurre que ambos son reincidentes; el presidente ya lo tuvo que hacer a cuenta de Bárcenas y la lideresa madrileña cuando le salieron ranas algunos miembros de la trama Gürtel. En el intermedio ha subido hasta límites de seria alarma social el nivel de la inundación de cólera y la exigencia de responsabilidades se ha vuelto en extremo rigurosa. Superados por el estallido de las cloacas, los estados mayores de los partidos han entrado en situación de desconcierto y reaccionan de modo convulsivo, atropellando sus propias reglas improvisadas. Los discursos solemnes y los buenos propósitos duran las pocas horas que tardan en sucederse los escándalos. Y la sociedad, descreída, concede ya pocas oportunidades. Las disculpas son mejor que el silencio y honran a quien las pide pero la gente está pasando del desencanto a la desconfianza visceral y del escepticismo al cabreo soberano.

Aunque la corrupción que conocemos se debe al funcionamiento regular del Estado de Derecho, los agentes políticos no han dado la sensación de ofrecer la debida diligencia ante la revelación de sus lacras. La regeneración será creíble cuando los propios partidos tomen la iniciativa de denunciar a los corruptos en sus filas, los desenmascaren y los pongan a disposición de la justicia. Eso exige mecanismos de investigación que no tienen y una voluntad que no muestran. Por eso todavía no ha ocurrido; van por detrás de los hechos, con más temor que remordimiento y más apuro que vergüenza. Los proyectos de limpieza que ahora se anuncian deben incluir la creación de departamentos de vigilancia al estilo de los Asuntos Internos de la Policía. Y que funcionen. Las peticiones de indulgencia por lo sucedido no sobran pero tampoco bastan; entre otras cosas, porque del malestar popular ha surgido un proyecto que aún no tiene nada que hacerse perdonar y está creciendo con la propuesta justiciera de un ajuste de cuentas.