• Pablo Iglesias conspira y demuestra que es capaz de hacer oposición al Gobierno desde la sala de máquinas y Pedro Sánchez empieza a marcar distancias

La vida social se ha parado en seco. De nuevo. Porque el impacto del virus se ha duplicado. Por eso cunde el desánimo entre la población atrapada en el bucle de la pandemia y el caos organizativo de la desgobernanza. Cada cierre se hace más difícil que el anterior. Se lamentan los hosteleros. La pillería se ha colado por los entresijos de las vacunas y los casos en los que algunos cargos públicos han aprovechado su condición para ponerse la inyección no ha hecho más que acrecentar la indignación ciudadana. Es de justicia, sin embargo, captar las diferencias. Entre las destituciones y las renuncias. Entre quienes se vacunaron a hurtadillas y quienes quisieron animar a la vacunación.

Hoy Pedro Sánchez recibirá al lehendakari Urkullu en La Moncloa. Cuando la tormenta por la negativa del Gobierno a aprobar un nuevo estado de alarma no ha amainado, Urkullu pretende gestionar directamente (es decir, con Bruselas) los 5.700 millones del pastel de los fondos europeos. El pulso por el reparto de las ayudas ha levantado tal suspicacia ante el afán controlador del Gobierno que las autonomías han obligado a la ministra de Hacienda a retirar el reglamento que había presentado. La equidad, transparencia y lealtad institucional brillan por su ausencia.

De todos los frentes abiertos que tiene Sánchez a medida que la pandemia se recrudece, el que le ocupa es Cataluña. Su máxima prioridad se focaliza en las elecciones. No está interesado en demorar la fecha de la convocatoria. Por eso rehuye la aprobación de otro estado de alarma. Porque se lo tendría que aprobar el Congreso con una mayoría de la que no dispone y porque cualquier adopción de más medidas impopulares perjudicaría a su candidato.

«¿El interés por combatir a Salvador Illa volverá a unir a las fuerzas independentistas?»

Ya lo ha dicho claramente el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Existe «un interés público muy intenso» para celebrar las elecciones en febrero pero si hubiera mayores restricciones de movilidad, se podrían aplazar. Por lo tanto, elecciones ya, aunque votar con la sugestión del contagio y la desafección pueda provocar mayor índice de abstención. Sánchez está convencido de que si su candidato Illa cuaja como alternativa a los independentismos desde una actitud ‘transversal’, el PSC recuperaría parte de los votos que se le fueron a Ciudadanos. De ahí al Gobierno tripartito, un paso. Pero se trata de un plan que depende de muchos factores que no controla. ERC y Podemos son socios de investidura y gobierno pero rivales en las elecciones.

La reacción del socio Junqueras es imprevisible. ERC está muy contrariado con los socialistas por haberse negado al aplazamiento electoral. ¿El interés en combatir a Illa volverá a unir a los independentistas?

Desde dentro, Pablo Iglesias maneja los cálculos políticos. Su defensa del prófugo Puigdemont colgándole la etiqueta de exiliado buscaba tener a Junts per Cat de su parte. Teme un descalabro de su formación en las elecciones catalanas.

Si los dos partidos independentistas se unieran, Iglesias se quiere colar como el tercer invitado. Pura necesidad. Cuestión de supervivencia aunque sus movimientos acaben descolocando a los comunes. Ya está demostrando con creces su capacidad para hacer oposición al Gobierno de La Moncloa desde la sala de máquinas. Pablo conspira y Pedro empieza a marcar distancias. Ha sustituido su permanente discurso contra la derecha por un alejamiento de Podemos, aunque lo sigue necesitando ¿Dónde está el liderazgo? clama Pablo Casado. Disputas electorales en tiempos de pandemia y desgobernanza.