MANUEL CRIADO DE VAL / Asociación Internacional de Caminería, ABC 07/02/13
«La acción común de los países hispánicos deberá tener un lugar entre las grandes potencias del futuro. No tiene sentido que Cataluña se empobrezca renunciando así mismo a esa dimensión»
No soy político, pero estoy obligado a escribir este artículo. La publicación del Atlas de Caminería Hispánica, en el que han colaborado más de setenta especialistas, me ha permitido tener una imagen general de la Historia Española. Inesperadamente, escucho propuestas que sin duda atacan a las bases fundamentales de nuestro país. Hace algunos años, cuando mis programas sobre lengua española en la primera cadena de televisión eran populares, llegué a tener centenares de consultas y cartas que en un 80% venían de Cataluña y especialmente de Barcelona. Recuerdo con placer mis visitas, en las que siempre era invitado en los cafés, restaurantes y en la propia calle, con una enorme simpatía. No es posible que esto haya cambiado en tan poco tiempo. Barcelona y Madrid son dos platillos de una balanza: su equilibrio es su fuerza. Este artículo es un diagnóstico objetivo, escrito con amargura, pero con un tremendo afecto familiar.
Roma es la creadora de Hispania. La llegada de Escipión a la Península Ibérica es nuestro fundamental punto de partida histórico. Todo lo anterior pertenece a una confusa y, de momento, indescifrable arqueología. Durante cinco siglos Roma unificó la estructura social de la que sería probablemente su provincia favorita, cuna de emperadores y retiro de sus grandes gobernantes y militares.
Desde la caída de su capital, Roma, apenas varió la estructura administrativa de la Península Ibérica. Cuatro regiones — Tarraconense, Betica, Lusitania y Asturica— fueron suficientes para una Administración que, desde su implantación definitiva, tuvo bien definidas la unidad y sus invariables fronteras: los Pirineos por el norte, el Mediterráneo por el este, el Atlántico por el oeste y por el sur el Peñón de Gibraltar, máximo punto estratégico de España, y única colonia inglesa en la Comunidad Europea. A la caída de Roma nació una quinta región, Castilla, substituto centralizador de Roma.
La ordenación de la Red Viaria peninsular, que hoy se mantiene sin diferencias esenciales, es una de las grandes herencias que debemos a Roma. Las calzadas se ordenan por una línea costera cerrada por el Alto Pirineo. En el interior, una gran vía transversal unía el extremo montañoso desde Ampurias hasta Lisboa. Era perfecta la ordenación de las calzadas en el centro peninsular. Una ruta de Sur a Norte: la Vía de la Plata enlazaba Sevilla con León. La organización viaria de un país ha sido siempre un objetivo primordial de sus invasores. El dominio de los caminos es lo último que un país puede ceder a otro. Las calzadas, el Derecho Romano y la lengua latina son las tres grandes herencias romanas.
Las leyes Generales de la Historia y las que rigen la naturaleza suelen tener importantes coincidencias. La principal es la lucha por la defensa o conquista del «territorio». La señalización y vigilancia de las líneas fronterizas son constantes que pueden determinar la eliminación de un país, de una especie o de una cultura. No es imaginable que un país de la larga Historia de España se dejase arrebatar una parte de su territorio. Todavía más si en esa cesión se incluye una fortaleza geográfica del calibre de los Pirineos.
En una reciente entrevista de Radio Nacional con el señor Junqueras, uno de los dirigentes del movimiento separatista catalán, pedía que el presupuesto militar español, que consideraba innecesario, se trasladase a Educación y Sanidad. Nada más absurdo y significativo. Ningún país del mundo admitiría que, además de la eliminación de parte de sus fronteras, dejase indefenso al territorio intermedio. ¿Como puede imaginarse una Cataluña desarmada entre Francia y España? Los historiadores no suelen ser buenos profetas, pero es indudable que los procesos históricos se repiten, de forma muy parecida a lo que ocurre con los fenómenos naturales. Pensar que una separación tan decisiva para España puede llevarse acabo en una charla amistosa no cabe en la imaginación. Y si la rotura se llegase a realizar, España y Cataluña no serían dos buenos amigos, sino dos enemigos irreconciliables. La propuesta de los señores Mas y Junqueras es irrealizable y legalmente fácil de sortear.
El descubrimiento y colonización del nuevo mundo cambió de forma radical la definición de España. En el preciso momento de liquidar la larga invasión islámica, la España peninsular se convirtió en la España cosmográfica, es decir, universal. Hernando Colón, en el título de su libro sin terminar Descripción y Cosmografía de España, intentó definir este nuevo concepto, pero probablemente la Corte Real impidió su publicación por temor al espionaje.
El descubrimiento del Nuevo Mundo convirtió a España y Portugal en líderes universales de un inmenso territorio y de una Red Viaria que incluía tres océanos: el Atlántico, el Pacífico y el Índico. En la actualidad, los dos países Hispánicos, superado el tradicional recelo, se han embarcado en la organización de una especie de Commonwealth entre todos los países que formaron las dos antiguas cosmografías hispánicas. La iniciativa de una Comunidad Iberoamericana de Naciones está en marcha. En cualquier caso, la acción común de los países hispánicos deberá tener un lugar entre las grandes potencias del futuro. No tiene sentido que Cataluña se empobrezca renunciando así mismo a esa dimensión, que es también la suya.
MANUEL CRIADO DE VAL / Asociación Internacional de Caminería, ABC 07/02/13