Guardianes de nuestra libertad

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 07/02/13

· Somos un país pendular, amén de amnésico. Ahora nadie se acuerda de las víctimas del terrorismo.

Dice ahora el Gobierno vasco que ha llegado el momento de que se marchen de allí la Guardia Civil y la Policía Nacional. «Repliegue», lo llama la consejera Estefanía Beltrán de Heredia, recurriendo a la terminología técnica para tratar de difuminar el alcance de lo que demanda. Es sabido que el nacionalismo es maestro en la utilización de eufemismos a guisa de cortinas de humo, consciente del poder que ostentan las palabras cuando lo que se vende es emoción desprovista de razón y de lógica. Por eso prefieren «derecho a decidir» que «autodeterminación» o «conflicto» que «terrorismo». Los ejemplos abundan.

El Partido Nacionalista Vasco, con el «templado» Urkullu a la cabeza, no ha hecho más que empezar a golpear este clavo. A partir de ahora, aprovechando el temporal de escándalos que debilita al Ejecutivo y tiene a la Nación sumida en el más tenebroso desconcierto, esta matraca se convertirá en un mantra recurrente. No en vano se trata de una moción respaldada con entusiasmo por EH-Bildu (Batasuna-ETA). Constituye una de las más viejas exigencias del independentismo, recogida en su día por la histórica «Alternativa KAS», cuyos puntos fundamentales han ido incorporándose ( y en buena medida consiguiéndose) a cada exigencia de la banda terrorista, siempre acompañada en sus pretensiones de sus secuaces políticos.

Ellos, los partidarios de la secesión, saben que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado son una pieza nuclear de la estrategia defensiva puesta en pie por España para salvaguardar la libertad de todos los ciudadanos, incluidos los residentes en el País Vasco, amparados en las leyes democráticas que recoge la Constitución de 1978, de la que se deriva la legitimidad del Estatuto de Guernica. Saben el altísimo precio en sangre que se ha cobrado esta defensa heroica: casi trescientos guardias civiles asesinados a traición por los pistoleros de la banda, a los que se suma un número parecido de policías, por quince miembros de la Ertzaintza. Son conscientes de que la derrota de la organización criminal se ha debido a la perseverancia y el buen hacer de esos hombres y mujeres valerosos, a pesar de los bastones entre las ruedas que cada «proceso de paz» ha supuesto para su trabajo. Intuyen que la presencia de estos servidores del orden constitucional es incompatible con lo que se disponen a perpetrar a fin de cumplir la «hoja de ruta» pactada con ETA, que, lejos de sucumbir a la fuerza dominante de la razón democrática, ha sabido rentabilizar cada asesinato imponiendo en el escenario político vasco la «razón» brutal de la fuerza terrorista… Y quieren que se vayan. Les sobran esos firmes guardianes de nuestros derechos, testigos incómodos de lo que hubo que sufrir y resistir para impedir que en los Años de Plomo, años cuya crónica se quiere tergiversar reescribiendo ahora la Historia a la medida de los verdugos, España cediera a la ofensiva despiadada de quienes anhelan destruirla.

Somos un país pendular, amén de amnésico. Olvidamos con facilidad. Ahora nadie se acuerda de las víctimas del terrorismo ni de la amenaza que representa el separatismo rupturista. Estamos todos absortos en el espectáculo de la corrupción, tanto más repugnante cuanto mayor es la dimensión de la crisis económica que nos azota. Pero cuando deje de hervir esta olla podrida y logremos espumar esa costra grasienta, negruzca, que flota en la superficie de la actualidad, ciertos problemas seguirán ahí, como el dinosaurio del relato. Entonces la Guardia Civil y la Policía seguirán siendo baluartes de España y de la libertad, enemigos, por ende, del nacionalismo.

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 07/02/13