EL MUNDO – 25/03/17
· Masood pasó de alumno ejemplar a matón de barrio para acabar radicalizándose en prisión.
Adrian Elms era el único niño negro en su clase de la Huntley Secondary School for Boys. Hijo de madre soltera, llevó una vida errática en la Inglaterra profunda. Pasó de ser alumno ejemplar a matón de barrio y adicto a las drogas, fichado por la policía a los 19 años. Consiguió un título de profesor de inglés que le valió para dar clases en Arabia Saudí. Su conversión al islam se produjo sin embargo cumplidos ya los 30, a su paso por la cárcel, tras apuñalar en la cara a un hombre. Con su nuevo nombre, Khalid Masood, inició un periplo por las cunas británicas del yihadismo: Birmingham, Luton y Forest Gate.
Hasta aquí la forja del terrorista de Westminster, que encaja en el doble perfil del lobo solitario y del enemigo en casa. El MI5 le llegó a tener en el radar, pero ni siquiera figuraba en la lista de los 3.000 sospechosos de vínculos con el extremismo islámico. Le consideraron más bien un delincuente común o una figura «periférica», con un historial de violencia y uso de «arma blanca», pero sin una relación directa con el terrorismo.
Los servicios de Inteligencia han abierto una investigación interna para averiguar cómo Adrian Elms, Adrian Ajao o Khalid Masood (tres de los seis nombres y alias que llegó a usar en vida) pudo escaparse de la red y no levantar sospechas. El MI5 ya estuvo en la mirilla por su fiasco en el seguimiento de Michael Adebolajo y Michael Adebowale, los autores del asesinato a cuchilladas del soldado Lee Rigby en 2013.
Los expertos advierten sin embargo de las dificultades para tener bajo vigilancia a los potenciales lobos solitarios. «Siempre es excepcionalmente difícil saber cómo alguien se convierte en un terrorista», asegura Sashank Joshi, investigador de Royal United Services Institute (RUSI). «En el caso de Masood, la radicalización se produjo además después de los 30 años, algo muy poco habitual. Lo que no sorprende son sus antecedentes penales: una proporción importante de yihadistas han sido condenados antes por su propensión a la violencia».
«Me voy a Londres, ya no es lo que era», fueron las últimas palabras que le escucharon decir al terrorista, cuando salió el martes por la mañana del hotel Preston Park de Brighton, donde pasó la última noche. «Se fue de aquí riéndose y haciendo bromas», relató a Sky News el dueño del hotel, Sabeur Toumi. «Nunca pensamos que fuera capaz de hacer algo así», añadió.
Cinco horas después, al volante de un todoterreno, Masood causó la muerte de tres personas y provocó 27 heridos al cruzar a más de 90 kilómetros por hora el puente de Westminster. Finalmente, se estrelló contra las vallas del Parlamento británico, donde fue capaz de burlar la seguridad y asesinar a cuchilladas a un policía, antes de caer abatido.
Scotland Yard ha detenido hasta el momento a 10 sospechosos que pudieron servir de apoyo al terrorista, aunque todo apunta a que actuó en solitario y que llevaba tiempo preparándose para un ataque similar, inspirado por los «métodos» del Estado Islámico.
Entre sus últimos vecinos en Birmingham, que durante un tiempo le tuvieron como un tipo taciturno y afable, se había ganado el apelativo del «vampiro», por su propensión a salir de noche con ropajes negros y su larga barba.
Masood se había establecido en la segunda ciudad británica hace aproximadamente un año. Vivía en el barrio de Quayside, con su mujer y sus tres hijos. Hasta allí llegaron después de haber vivido en el este de Londres, en Forest Gate, cerca de la mezquita de Leyton, donde iba a la hora de la oración. Con anterioridad, tuvo dos domicilios registrados en Luton, otro de los puntos calientes del yihadismo británico.
La mayor parte de su vida llevó una existencia nómada. Hijo de madre blanca y padre negro, creció habituado a la sombra de la marginación. «De niño sufrió el racismo porque era el único negro en la escuela, pero lo llevaba bien e intentaba ser popular», recuerda su ex compañero de colegio Kenton Till, en declaraciones a The Daily Mail. «Era un tipo brillante, tanto en los estudios como en el deporte».
El racismo fue uno de los argumentos que Adrian Elms usó en defensa propia en el año 2000, cuando agredió con un cuchillo al propietario de un café en Northiam y fue condenado a dos años de cárcel. Hasta entonces se había ganado la vida como profesor de inglés. En su currículum figura que pasó varios meses en 2005 en Yanbu, Arabia Saudí, dando clases a los trabajadores de la Autoridad de Aviación Civil.
Su conversión (y su cambio de nombre) se produjo dos años antes, en 2003, a su paso por varias cárceles (Lewes, East Sussex, Wayland) en las que entabló contacto con prisioneros vinculados al radicalismo islámico.
Su encarcelamiento se debió a una nueva agresión con arma blanca: clavó un cuchillo en la cara a un hombre que necesitó cirugía estética. Cumplió condena por seis meses.
Su historial delictivo, a lo largo de 20 años, no incluye ninguna acción vinculada con el terrorismo o con el extremismo islámico. La propia Theresa May reconoció que llegó a estar considerado como una figura «periférica» por el MI5, que sin embargo no ha revelado cómo ni cuándo entró bajo el «radar» de la Inteligencia.
La forja de Masood ha servido para replantear todo lo que hasta ahora se sabía de los yihadistas que golpean en Europa. David Videcette, ex experto en contraterrorismo de Scotland Yard, dijo en The Daily Telegraph: «Todo apunta a que el autor del atentado de Westminster cayó bajo una maligna influencia. Seguramente otros le han animado o persuadido para llevara a cabo el ataque. Posiblemente a cambio de dinero para su familia».
EL MUNDO – 25/03/17