MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

Se insiste, con razón, en la necesidad de tener buenos hábitos. Pienso en el modo de respirar, ya sea dentro o fuera del agua. No damos importancia a muchos gestos, pero la tienen. Hay malos hábitos que pasan desapercibidos y a los que no se les presta ninguna atención hasta que explota el resultado de su labor acumulativa; por ejemplo, una forma continua e inapropiada de sentarse acaba produciendo dolores de espalda. Hay también quien en la piscina nada dando golpes brutales al agua, nada bueno puede esperarse de su actitud; por supuesto, los vecinos de carril son los primeros afectados.

No incurro en este vicio, pero sí en otros; a veces sin ser consciente. Así, hace unas semanas, me he encontrado con la costosa evidencia de uno de ellos. De pronto, al abrir mi ordenador portátil la tapa se descoyuntó por una de las bisagras y me dejó desolado. No solo me fallaba el suspirado partido bisagra, sino que ahora se partía la que dependía de mí y la pantalla quedaba frágil y coja. Ni corto ni perezoso, me dirigí de inmediato a que me lo repararan. «¿Se te cayó, se dio algún golpe?», me preguntaron. «No, que yo sepa», contesté. El técnico apuntó a que quizá lo abría y cerraba de forma descompensada; esto es, no por el centro y forzando o bien la izquierda o bien la derecha de la tapa. Esto era indudable y yo con estos pelos. Inconsciente de mí, forzaba la consistencia del aparato.

He aprendido la lección. Ahora voy con cuidado y tengo en mente lo ocurrido. Mi lógica estuvo de vacaciones en todas esas acciones. Siguiendo a Alessandra Aloisi, mi problema como distraído fue no ver lo que todos ven por prestar atención a otras cosas.