Las reformas del Código Penal, en manos del Gobierno, se están convirtiendo en un arma de destrucción masiva. Ya no sólo para los ciudadanos que puedan ver vulnerados sus derechos al observar que algunos delincuentes son premiados, sino para los intereses electorales del propio PSOE. Después de los indultos a los condenados en el ‘procés’ ha llegado la eliminación del delito de sedición, quizá el retoque del de malversación y se han coronado con la ley del ‘sólo sí es sí’, que no consigue aplacar las críticas disparadas la pasada semana. Justo en el preciso momento en el que deben aprobarse los Presupuestos. La situación no puede ser más endiablada para Pedro Sánchez. Un presidente que llegó al poder tras una moción de censura contra la corrupción y ahora está dando la imagen de promotor de normas que pueden rehabilitar a corruptos y beneficiar a violadores. Hasta ahora se ha podido permitir aguantar con indiferencia las críticas por mentiroso. Pero la ley del ‘sí es sí’ le está dejando a la altura de un gobierno incapaz. Con ministros ignorantes que saben más de insultos que de leyes. Con tics autoritarios. Palabras mayores. Que un condenado de ‘La Manada’, por ejemplo, pueda beneficiarse de la ley (que fue aprobada por mayoría absoluta en el Congreso, ya que sólo el PP y Vox votaron en contra) pone los pelos de punta. El Gobierno le pasa la patata caliente al Tribunal Supremo para que se atreva a unificar doctrina. Que ponga orden en este caos jurídico provocado por la ministra de Igualdad.
Los barones socialistas van a tener que explicar lo inexplicable en la campaña electoral
Los barones socialistas, persuadidos de las dificultades para explicar lo inexplicable de las últimas medidas del Gobierno en su próxima campaña electoral. Sin otro consuelo que el mero desahogo como el de García-Page, que teme que el independentismo se esté reactivando. Hasta Salvador Illa intenta poner paños calientes sobre la herida provocada por la eliminación del delito de sedición, apelando al artículo 155 de la Constitución. Temeroso de su impacto negativo en el sector más constitucionalista de su electorado, el que procedió de Ciudadanos.
Pero es lo que tenemos. Un presidente que, mientras pactaba con el PP el reforzamiento del Poder Judicial, negociaba el debilitamiento del Estado con ERC. Cerrando ahora con el PNV la renovación quinquenal de la Ley del Cupo mientras acordaba con EH Bildu la gestión de los futuros impuestos a la banca y a las eléctricas.
El próximo jueves, la supresión del delito de sedición pasará el filtro del Congreso a la vez que la aprobación de los Presupuestos. Sin informes técnicos que lo avalen. Pero mañana Feijóo volverá a verse con Sánchez en el Senado. Una pregunta de control. El líder popular se mueve con pies de plomo. No quiere cometer el mínimo error. Pero en sus filas le piden mayor decisión. Está bien que diga que el proyecto del PSOE para España «cambia cada semana». Pero quieren más. La prudencia y la moderación de la que hace gala no están reñidas con el ejercicio de una oposición más incisiva. Cunden los nervios en La Moncloa hasta el punto de que el ministro Bolaños, con el guirigay que tiene en casa, arremete contra Feijóo diciendo que defiende los símbolos de la dictadura. Hay que estar muy desesperado. Tantos errores de La Moncloa le están sirviendo a Feijóo la ocasión del relevo en bandeja. Pero ni siquiera una derrota contundente del PSOE en las elecciones de mayo le garantizarán una mayoría holgada en las generales. Por eso muchos sectores del PP esperan de él mayor contundencia. Por si acaso.