Isabel San Sebastián-ABC

También Chamberlain se jactó en 1938 de haber conseguido «paz para nuestro tiempo» cediendo ante Hitler

El fontanero mayor de Sánchez para asuntos turbios, José Luis Ábalos, asegura que la reunión celebrada el miércoles con Torra fue un alarde de audacia por parte del Gobierno y del PSOE. «Audacia», sí, como suena. Una «audacia» similar a la que exhibieron ante Hitler los ministros Chamberlain y Daladier (uno laborista y otro socialista, al igual que nuestro insigne «estadista» valenciano) en la célebre conferencia de Múnich, donde entregaron al nazi media Checoslovaquia en un intento patético de apaciguar su apetito de conquista. También el británico se jactó en aquel septiembre de 1938 de haber conseguido «paz para nuestro tiempo». Una paz que duró lo que tardó el alemán en terminar de engrasar su maquinaria bélica e invadir Polonia,

una vez constatada la debilidad y la cobardía de quienes habrían podido y debido pararle los pies cuando aún estaban a tiempo de hacerlo.

Suponer que Ábalos o Sánchez sepan algo de Historia es mucho suponer, dado que su especialidad es más bien la maniobra rastrera, el plagio, la mentira, la propaganda barata y la manipulación de adeptos entregados de antemano. De ahí que apelar a las enseñanzas que ésta nos brinda sea clamar en el desierto. Y, sin embargo, no existe mejor maestra que la experiencia de los errores pasados. ¿Cuántas veces nos han dicho políticos de uno u otro color que el «diálogo» con los nacionalistas traería la solución al problema que plantea su insumisión a las normas por las que nos regimos los demás? No un diálogo democrático al uso, en los parlamentos autonómicos, el Congreso de los Diputados, las distintas instituciones o los debates en medios de comunicación, no. Un «diálogo» diseñado por ellos con arreglo a su conveniencia, cuyo guión ha de cumplir al pie de la letra sus exigencias en cada momento. O sea, un chantaje en toda regla. Pues bien, señores Sánchez y Ábalos: pagar al chantajista no es «audacia», sino canguelo. Inclinar la cabeza mansamente ante un interlocutor que emplea la coacción como argumento no demuestra nada parecido a la valentía, el arrojo, la originalidad o la inteligencia. Antes, al contrario, deja en evidencia la absoluta falta de competencia y valor de quien recurre a tan abyecta conducta. Ceder ante la amenaza es propio de pusilánimes sin dignidad ni arrestos. No tengan la desfachatez de añadir ahora la burla a la humillación que nos infligieron al tratar a un independentista inhabilitado por la Justicia como al máximo dirigente de una potencia extranjera. No todos somos idiotas.

Audacia es precisamente lo que ha faltado en España desde hace demasiados años. Audacia para aplicar sin paños calientes la Constitución que nos dimos libremente en 1978, según la cual todos los españoles somos iguales ante la ley y merecemos, por tanto, el mismo trato. Audacia para plantar cara a quienes predican desde sus tribunas el supremacismo y el odio. Audacia para contrarrestar su relato falsario con otro más acorde a la verdad histórica y la lógica democrática del siglo XXI, que contempla un mundo global y no un regreso a la tribu.

Sostiene el confidente de Delcy que el PP de Pablo Casado no pasa por el aro de su trato de favor al separatismo catalán y vasco porque está acomplejado ante la «extrema derecha». ¡Eso quisieran su patrón y él! Que un PP cautivo de sus complejos históricos mirara hacia otro lado mientras ellos venden la unidad de la Nación por cuatro años de lentejas servidas en La Moncloa. Pero esta vez, va a ser que no.