Para ser admitida en la escena política, es exigible de la izquierda abertzale que se comprometa, como los demás, en el fin de ETA, con una petición rotunda a ésta de que deje su actividad y desaparezca. Sería la prueba de que se ha comprometido de verdad con las vías pacíficas y democráticas, y roto toda vinculación con su pasado.
A uno le gustaría que el día de ayer, 7 de febrero de 2011, quedara marcado en nuestra memoria colectiva como la fecha en que se certificó el final definitivo del terrorismo etarra. Las palabras que pronunciaron Rufi Etxeberria e Iñigo Iruin, en el acto de presentación del nuevo partido que la izquierda abertzale pretende inscribir en el Registro de Asociaciones, invitan a creer que ese deseo vaya a hacerse realidad. Nunca, en efecto, había usado hasta ahora ningún representante oficial de esa izquierda abertzale palabras tan claras y contundentes para expresar su rechazo al ejercicio y la amenaza de la violencia etarra, así como para dejar constancia de su desvinculación respecto de cualquier organización que, en el pasado, haya justificado o amparado tal violencia. En este sentido, el día de ayer fue un día de alegría, que merece ser celebrado. El pulso que la izquierda abertzale civil ha venido manteniendo estos dos últimos años con la organización armada parece haberse decantado a favor de la primera, la cual, desde la aprobación de la ponencia ‘Euskal Herria zutik’ y por primera vez en la historia de las relaciones entre el brazo político y el militar, da la impresión de haber tomado la posición de vanguardia y estar en condiciones de marcar el paso de todo el entramado.
Dicho esto, que es, sin duda alguna, lo fundamental de lo que ayer ocurrió en el palacio Euskalduna de Bilbao, queda aún por ver qué consecuencias inmediatas tendrán las mencionadas palabras en el éxito de la demanda de inscripción del nuevo partido. Porque, frente a las prisas interesadas de quienes exigen la automática inscripción, será la propia izquierda abertzale la primera en comprender y admitir que treinta años de connivencia e implicación con la violencia ejercida por ETA no pueden saldarse con una declaración de intenciones que, por sincera que fuere, no ha sido aún respaldada por la realidad de los comportamientos. Así se lo dijo el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en su respuesta al recurso que la ilegalizada Batasuna interpuso contra las sentencias de la instancias españolas. A nadie debería escandalizar, por tanto, que el Ejecutivo no quiera asumir la responsabilidad de dar por buenas esas intenciones, sino que prefiera dejar en manos de la Justicia la decisión de si, con ellas solas, se han cumplido todos los requisitos que la ley impone para que alguien sea admitido como un agente más en el concierto parlamentario. Al fin y al cabo, quienes hoy promueven la nueva formación son los mismos que en el reciente pasado promovieron otras que se demostraron fraudulentas.
Sin pretender entrar en el terreno estrictamente jurídico, a uno se le ocurre una exigencia política adicional a la que la izquierda abertzale debería responder antes de ser admitida al sistema político normalizado. A raíz de su último comunicado, ETA se ha quedado en una especie de limbo de inactividad, sin acabar de declarar qué va a ser de ella en un futuro indeterminado. Esta indeterminación es ya, en sí misma, una amenaza que quienes hemos vivido en este país no podemos tomar a la ligera. La vuelta a las andadas tras treguas «indefinidas» y «permanentes» es una constante en el comportamiento de ETA, cuya gravedad nadie con un mínimo de sensatez y prudencia puede menospreciar. De otro lado, entre los compromisos asumidos ayer, la izquierda abertzale recalcó uno que tiene mucho que ver con este estado de incertidumbre en el que ETA ha dejado a la ciudadanía. Dice, en efecto, aquella que el nuevo partido que pretende crear rechazará, no sólo el ejercicio, si se diera, sino también la amenaza del ejercicio de la violencia. Pues bien, la mera persistencia de ETA, por mucho que sea en estado de inactividad, es ya en sí misma, como he dicho, una inquietante amenaza. Sería, por tanto, exigible de la izquierda abertzale que, si pretende ser admitida como uno más en la escena política, se comprometa también, como todos los demás, en el esfuerzo de terminar definitivamente con la banda terrorista. Su contribución a este esfuerzo sería decisiva.
No basta, por tanto, con que la izquierda abertzale exprese su rechazo de la violencia etarra, «si la hubiere», sino que se requiere además que dirija una exigencia clara y rotunda a ETA para que deje definitivamente su actividad y desaparezca para siempre. Sería ésta la prueba más fehaciente de que la izquierda abertzale se ha comprometido de verdad con las vías pacíficas y democráticas, y roto toda vinculación con su pasado.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 8/2/2011