ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN
EL CONTRAPUNTO La pareja Rufián-Otegui emula la formada en su día por Carod Rovira-Ternera en Perpiñán, donde todo empezó
MIENTRAS en el Tribunal Supremo se acumula el material inculpatorio contra los imputados por rebelión en la causa del 1-O, a través de testimonios relativos a la violencia de esa jornada que no dejan margen para la duda, los muñidores de esa intentona golpista se quitan la careta. Porque el 1-O en Cataluña no se produjo por generación espontánea, sino como consecuencia de un largo proceso destinado a liquidar España. Un movimiento conjunto del independentismo catalán y vasco, perfectamente coordinado, cuya gestación se remonta al año 2004 en esa reunión de la vergüenza, celebrada en Perpiñán y destapada por ABC, que sentó en torno a una misma mesa a José Luis Carod Rovira, a la sazón máximo dirigente de ERC, José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, alias Josu Ternera, y Mikel Albisu Iriarte, alias Mikel Antza, cabecillas de la banda terrorista ETA.
El resultado conocido de ese encuentro fue el anuncio de una tregua restringida, graciosamente concedida por los asesinos a los habitantes de dicha comunidad autónoma y solo a ellos. El propósito oculto era mucho más amplio y consistía en buscar el modo de sumar fuerzas en el empeño común de dinamitar la unidad nacional consagrada en la Constitución. Porque el fin de ETA nunca fue matar por matar, sino doblar el pulso al Estado. El terrorismo siempre fue un medio, no un fin en sí mismo. De ahí que el anuncio del cese de actividad armada de la banda, a cambio de concesiones infames como la legalización de su brazo político, no supusiera en absoluto la gran victoria de la democracia que pretendieron vendernos. Antes al contrario, a partir de ese momento se rompió el consenso existente entre los grandes partidos y la idea de autodeterminación pasó a estar en la agenda política, con declaraciones tan deplorables como ésa en la que Zapatero definía la Nación como un «concepto discutido y discutible».
Aquellos polvos trajeron unos lodos que ya nos llegan al cuello. El todavía presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, llegó hasta La Moncloa apoyándose sin pudor en separatistas golpistas y proetarras (nadie había caído nunca tan bajo) y sabe que la revalidación de su mandato depende en exclusiva de ellos. Estos, a su vez, han destapado su juego y anuncian un acuerdo formal para presentarse juntos a las elecciones, con la esperanza fundada de que la unión haga la fuerza. Así, la pareja Rufián-Otegui emula la formada en su día por Carod Rovira-Ternera, con idéntica disposición a utilizar los medios que estimen convenientes para alcanzar la meta perseguida.
Nada nuevo hay bajo el sol de este 2019. Todo forma parte de una estrategia meticulosamente planificada, en la que algunos constituyen la vanguardia dispuesta a delinquir, otros marchan en retaguardia, más o menos emboscados (el PNV borda el papel), y no faltan los tontos útiles, los cómplices y los cobardes. Es tan evidente, tan burdo, que no alcanzo a comprender cómo aún hay gente inteligente que se resiste a admitirlo.
Pronto el Tribunal Supremo se pronunciará sobre los hechos acaecidos el uno de octubre de 2017, cuando desde el Parlamento autonómico fue proclamada la independencia de Cataluña. Esa sentencia será el final de este acto de la función, pero no acabará con la obra. Si el 28 de abril las urnas revalidan la actual mayoría del Congreso, el derecho de autodeterminación será el precio que pague Sánchez por volver a gobernar y le veremos firmar el auto de terminación de España.