Autogolpe en Venezuela

EL CORREO 22/02/15
JAVIER ZARZALEJOS

· Hay que dejar claro al régimen chavista que ya no hay apaciguamiento. EE UU, Europa y Brasil son los llamados a trabajar

Nicolás Maduro, el inepto sucesor de Hugo Chávez al frente del régimen venezolano, ha entrado en una espiral acelerada de represión que rompe definitivamente las ya mínimas cautelas que la autocracia populista había mantenido para poder escapar a la calificación de dictadura. La precaria tolerancia hacia alguna manifestación opositora, una cierta apariencia de permisividad sobre la crítica al régimen, libertad vigilada de movimientos de los críticos, elecciones certificadas por complacientes organizaciones internacionales, han permitido al chavismo presumir de ser un sistema institucionalizado e irreductible a los modelos autoritarios desarrollados en América Latina.

Ya no. Maduro ha entrado por méritos propios, como un personaje de menor cuantía, eso sí, en el género de dictadores novelados de manera tan real como estremecedora por Roa Bastos, Uslar Pietri, Carpentier o Vargas Llosa.

El presidente venezolano ha celebrado el primer aniversario de la detención y encarcelamiento de Leopoldo López poniendo en marcha una ofensiva represora contra la oposición, calcada de los barridos periódicos del castrismo cubano contra la disidencia. No solo Leopoldo López continúa en prisión, sometido a la mascarada de un proceso que no está ni lejanamente definido con garantías mínimas de publicidad, derecho de defensa y contradicción, esenciales en el procedimiento penal. El alcalde metropolitano de Caracas, Antonio Lozada, era detenido el jueves con un alarde brutal de fuerza del que resultó la agresión a un hombre de profundas convicciones democráticas, socialista y ampliamente respetado. Otro de los rostros más sobresalientes de la oposición, María Corina Machado, ha visto su domicilio allanado, en lo que parece el primer paso para su probable encarcelamiento. En los próximos días, Julio Borges, coordinador nacional de Primero Justicia, el partido del que fue el candidato presidencial por la Mesa de Unidad Democrática, Henrique Capriles, se tendrá que enfrentar al juicio en el que se le privará del aforamiento como miembro de la asamblea nacional venezolana para ser sometido a la acción estrictamente represora de una Justicia indigna de tal nombre que pretende inculparle delirantes acusaciones conspiratorias.

Venezuela es un caos de violencia, carencias elementales para la población y colapso institucional. La caída del precio del petróleo ha dejado al descubierto la pesada factura del populismo y la corrupción en un régimen que, a falta de futuro para él, parece decidido a hacer lo que sea para que los venezolanos tampoco lo tengan. En Cuba, mentor político y legitimador del chavismo, priman ahora los instintos de supervivencia del régimen castrista que pasan por el deshielo de su relación con Estados Unidos, y no por seguir cultivando una amistad que se ha vuelto demasiado peligrosa para La Habana. Maduro no ha encontrado en China, Irán y Rusia el apoyo que pretendía para salvar una situación económica de quiebra, simplemente atenuada por el flujo de dinero que recibe del petróleo demasiado barato. Desasistido de sus tradicionales amigos, con ruidos inquietantes dentro del propio chavismo y preso de su incapacidad política que le relega al papel de imitador sin gracia de Hugo Chávez, Maduro está escenificando un verdadero autogolpe que empieza con la represión sin restricciones de la oposición, y un probable adelanto de las elecciones legislativas fijadas para finales de año para celebrarlas sin oposición, en la esperanza de tranquilizar a los sectores que dentro del chavismo y de las fuerzas armadas contemplan cada vez más nerviosos el desplome del régimen. Maduro pretende adelantarse así a cualquier operación de sustitución en la presidencia de la república bolivariana que ha ido ganando verosimilitud en los últimos meses.

La oposición democrática ha conseguido agruparse en la Mesa de Unidad, fue capaz de presentar un buen candidato a las presidenciales, Henrique Capriles, y contaba con ofrecer a los venezolanos candidaturas de unidad en las próximas elecciones. A pesar del escepticismo de no pocos, ha apostado mayoritariamente por una salida electoral, acudió al diálogo con el Gobierno de Maduro cuando fue convocada bajo los auspicios de los países de Unasur, un diálogo meramente cosmético que Maduro convirtió –con cierto éxito– en una estrategia para dividir a la oposición. Lo cierto es que Maduro ya ha dejado sin ningún viso de realidad la salida electoral en el marco del propio régimen. La manipulación descarada de las condiciones del sistema electoral, la inhabilitación arbitraria de candidatos, el control de los medios de comunicación y las trabas ya casi insuperables al funcionamiento mínimamente normal de los partidos, convierten cualquier proceso electoral en Venezuela, en las actuales circunstancias, en una mascarada inaceptable bajo cualquier rasero democrático. El régimen se ha blindado frente a la posibilidad de derrota en las urnas. Baste señalar que para que la oposición pudiera conseguir mayoría en la Asamblea, debería obtener en torno al 80% de los votos.

Lo que está ocurriendo en Venezuela –y lo que puede ocurrir– es de una extrema gravedad. No se trata sólo de expresar y procurar hacer efectiva la solidaridad con la oposición democrática, proteger a sus miembros de la arbitrariedad del régimen dando publicidad a los atropellos que sufren y haciendo que se oiga su voz silenciada. Se trata en igual medida de abrir expectativas reales al país, contribuir a un futuro estable, para empezar dejando claro al régimen chavista que ya no hay apaciguamiento posible. Estados Unidos, la Unión Europea y Brasil son los actores llamados a trabajar para ayudar a Venezuela a dejar atrás el marasmo de la dictadura.