Mikel Buesa-Libertad Digital

  • La autarquía sirve para engañar al pueblo ofreciéndole unas riquezas naturales que para nada se van a traducir en una mejora de su bienestar

Aunque pudiera parecer increíble, la economía autárquica gana adeptos entre los gobernantes autonómicos. Esta misma semana, Javier Lambán se despachaba en una emisora de radio con la reivindicación de que toda la energía producida en Aragón sea utilizada en la propia región a fin de dar así un impulso a las industrias, al proporcionarles un insumo más barato que en otros lugares de la geografía española menos aptos para la generación eléctrica. Lambán ha dicho que su gobierno ya había logrado resultados de esa naturaleza en el terreno del agua y que ahora tocaba lo otro.

Esto de reclamar la autarquía energética ya se venía produciendo desde hace muchos años en Extremadura, una región en la que ahora le ha tocado al litio ser el objetivo de la economía autárquica. Su presidente, Fernández Vara, ya ha hecho declaraciones en el sentido de que ni una tonelada de ese metal va a ser procesada fuera de los límites regionales. Y para ello promueve un proyecto industrial de fabricación de baterías destinadas a la electrificación del automóvil. Por el momento, no se le ha ocurrido exigir que se instale en Cáceres o Badajoz alguno de esos constructores chinos de vehículos que están tanteando su localización en España. Pero todo llegará.

Está también la autarquía hidráulica, en la que los gobernantes de Castilla-La Mancha son unos virtuosos, incluso a más altura que los aragoneses, hasta el punto de que han logrado unos niveles de autoabastecimiento que amenazan con arruinar los cultivos hortofrutícolas del sureste español.

Ya se ve que la autarquía debe tener rendimientos electorales, pues sirve para engañar al pueblo ofreciéndole unas riquezas naturales que para nada se van a traducir en una mejora de su bienestar. Lambán podrá acumular toda el agua que quiera, pero ello no modificará la naturaleza desértica del valle del Ebro. Y lo mismo le pasará a García-Page, pues el clima mesetario no se convertirá en mediterráneo o, incluso, subtropical como en Granada. En ninguno de ambos casos se alcanzarán los rendimientos agrícolas del sureste y los manchegos y aragoneses acabarán con una alimentación peor y más costosa que la actual.

Lo mismo puede decirse de la energía porque, desde el punto de vista económico, la proximidad no añade nada a su uso. Los factores de localización de la industria y los servicios son múltiples y exigen mano de obra educada, redes logísticas, proximidad, a veces, a los grandes mercados y pocas injerencias regulatorias. Puede ser que Lambán consiga algo para Zaragoza con su política, pero no evitará el vaciamiento de Calatayud y de otros municipios de la provincia.

La autarquía fue un invento nazi que exacerbó las veleidades proteccionistas de la época y proporcionó una ideología expansionista que condujo a Europa a la guerra. Ciertamente tuvo una influencia notable sobre otros países, entre ellos España, donde el gobierno de Franco se inspiró en ella durante más de una década sin sacar al país del hambre y el tedio. Menos mal que bajo la influencia norteamericana, a partir de 1953, con los acuerdos de las bases, se salió de aquél aislamiento absurdo, inaugurándose una etapa de intenso crecimiento económico que llegó hasta la guerra de Yom Kippur y se reanudó después, ya más moderada, cuando culminó la Transición a la democracia.

Sería lamentable que estas veleidades autárquicas, impulsadas por una izquierda identitaria que ha perdido el norte del progreso, acabaran desvertebrando el país, conduciéndolo por una senda de arrebatos nacionalistas cuyas violentas consecuencias ya se han vivido allá por el otro extremo de Mare Nostrum.