Juan Carlos Girauta-ABC
- El sanchismo puede destrozar la convivencia con mayor facilidad que esos golpistas chuscos, pues gobierna España. Puede acabar con la independencia del Poder Judicial, mantener incumplidas las sentencias que le importunan o descargar de penas a delincuentes que amenazan con reincidir
El español intratable inicia el año con varios problemas, como el cierre de las barras de bar, esos púlpitos con pulpitos. El intratable por excelencia razona como el humorista de «Cachitos de hierro y cromo», de TVE, que aprovecha la Nochevieja para molestar a media España. Celaá y la Mateo sueñan con un país así, venga a celebrar los pellizcos de monja torva. En su agenda 2030 vienen la ignorancia, la suficiencia, la consigna y el cainismo.
El progresismo de aquí viene con ganas de crispación y de verdades oficiales desde Zapatero. Tan hijos suyos son Sánchez como Iglesias, el PSOE de ahora como el Podemos de siempre. Así que el mérito como padre fundador de la nueva anormalidad no
se lo va a discutir nadie al lobista correveidile y cruzacharcos. Se anticipó, creando la escuela que ahora gobierna en la plenitud de su grisura, en lo de atizar antagonismos desde el gobierno: «Nos conviene que haya tensión, Iñaki». Se adelantó en la institucionalización de la mentira con su malhadada memoria histórica, arma política: «A mí también me mataron a mi abuelo», le diría a la madre de Irene Villa estableciendo el récord mundial de paralelismos nauseabundos.
Las otras marcas son de competición nacional; Zapatero obtuvo inspiración de otros, que pusieron los pilares o los granitos de arena en el contraedificio de los valores democráticos occidentales. Detectará el curioso una lógica querencia por lo hispano, que ahora llaman latino, ya desde Felipe González. Pero la distancia que separa a Felipe de Sánchez es la que va de Carlos Andrés Pérez a Maduro, pasando los unos por Zapatero y los otros por Chávez. Así que la distancia sí marca la diferencia, una vez ajustadas las tres parejas a sus respectivos contextos, olores y folclores. Por lo demás, el lector ya conocerá las fuentes de inspiración totalitarias del zapaterismo y de su heredero el sanchismo. En los observadores más minuciosos del totalitarismo hallaremos descripciones que nos alarmarán. Hannah Arendt nos sirve sobre todo para verle el plumero a los nacionalismos periféricos de aquí, en tanto que George Orwell nos evoca invariablemente la estrategia de la Mateo y el Redondo.
Eso es por lo mucho que los nacionalismos periféricos, y en especial el catalán, han avanzado por el camino que conduce a la pesadilla. Por un lado, la acción ideológica ha sido incansable y larguísima desde instancias donde el ciudadano es un sujeto pasivo, un receptor, como la escuela, la universidad y los medios de comunicación. Por otro lado, hace ya ocho años que en Cataluña se trabaja desde la premisa de que el Derecho es maleable, de plastilina, que puede y debe supeditarse a una supuesta voluntad del «pueblo de Cataluña» no articulada jurídicamente (o articulada en una ficción jurídica ajena al marco constitucional). Al no reposar sobre ninguna construcción legítima, la legitimidad se predicará de la ficción en tanto que lo real se reputará ilegítimo.
Como se sabe, en el camino hacia la pesadilla, hacia la quiebra social y hacia la miseria Cataluña goza de extraordinaria ventaja. El sanchismo va un poco más atrasado con el conjunto, pero hay sólidos indicios de que planea seguir la misma ruta. Una ruta de deslegitimación del orden constitucional que, al atañer al todo, al Estado entero y a la Nación entera, no precisa instituciones paralelas a lo Artur Mas, ni hojas de ruta explícitas donde se enseñan las costuras, ni gestos a lo Puigdemont, ni referenda en tuppers chinos o cubitos de la basura. Ni mucho menos lastimosas bravuconadas a lo Torra: «¡Agarradme que me pierdo! Bueno, adiós».
El sanchismo puede destrozar la convivencia con mayor facilidad que esos golpistas chuscos, pues gobierna España. Puede acabar con la independencia del Poder Judicial, mantener incumplidas las sentencias que le importunan, descargar de penas a delincuentes que amenazan con reincidir, condenar la carrera de (o hacer luz de gas a) los fiscales que se empeñen en regirse por el principio de legalidad. Todo esto toma su tiempo. España está dotada de un Estado muy antiguo, y aunque el propio gobierno lo zancadillee, lo sabotee, lo paralice o lo vuelva contra su ser y naturaleza, hay una inercia secular. Y hay cinco mil jueces, cada uno independiente por sí mismo, cada uno Poder Judicial en sí mismo. No puede llegar una Delgado cualquiera, un Marlaska cualquiera, y neutralizar el Estado en dos días. Quizá en dos años, los que les quedan.
El proyecto tabula rasa que dirige Celaá (entrar sabiendo algo y salir en blanco) tampoco será inmediato. Para llevar a toda la juventud del país a los niveles de intoxicación, aculturación y adocenamiento propios de la «educación» catalana se necesitan decenios. De ahí que esta parte del proyecto sanchista, la más perversa, pueda frustrarse. Siempre, claro está, que cuando la oposición gobierne le otorgue a la educación la importancia que merece. Los intentos durante el rajoyato no gozaron del apoyo del presidente y se cedió, como siempre, a la plúmbea y longeva política de hechos consumados de los nacionalistas. Pero Rajoy ya no está ahí. Concedamos a la nueva y dividida derecha el privilegio de la duda. Tras el sanchismo podrán detener la cuenta atrás de Celaá… siempre que esta vez pongan toda la carne en el asador, pasen por encima de las amenazas nacionalistas y no se dejen sepultar por la avalancha de Cachitos que, con toda seguridad, caerá sobre ellos.
En lo que sí ha mostrado el sanchismo una eficacia de Blitzkrieg, colocando a TVE al nivel de TV3, es en la conversión de los medios públicos en una afrenta diaria contra medio país.