JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 17/11/13
· La asunción consecuente de la pluralidad que define a nuestra comunidad debe servir de vacuna para prevenir desmanes ante el cambio del actual statu quo.
relación entre sí. A nadie se le oculta, en efecto, que el estéril debate que por enésima vez se repitió el jueves pasado en el Parlamento puso en evidencia que aún queda gente en nuestro país que no ha asumido con todas sus consecuencias que el carácter radicalmente estructural que la pluralidad ha llegado a adquirir en la definición de nuestra identidad colectiva condiciona de manera inexorable cualquier proyecto de futuro que para ella pretenda elaborarse.
Fue, por tanto, la deficiente comprensión de nuestra identidad, es decir, de lo que de hecho somos –así como la consecuente ilusión de lo que no pocos querrían que llegáramos a ser en el futuro, sin tener en cuenta los límites que impone nuestra plural realidad– lo que latía en el fondo de esa vana discusión parlamentaria sobre algo en sí mismo tan banal como la designación de una fecha en la que celebrar nuestra ‘fiesta nacional’. Y ahí fue también donde, de manera harto significativa, se atisbaron acuerdos impostados e imposibles que, como el que se ‘medio-dio’ entre PNV y Bildu, delatan, más que una auténtica voluntad compartida, el sentimiento de ese ‘quiero y no puedo’ que produce la pluralidad cuando es mal asumida o sólo se asume con recelo y muy a pesar de uno mismo.
La precedente reflexión, quizá en exceso teórica y abstrusa, estaría fuera de lugar, si no se nos hubiera anunciado que, antes de que acabe el año, va a iniciar sus trabajos la ponencia parlamentaria que tratará de alumbrar eso que el lehendakari ha llamado nuevo estatus político para Euskadi y que, de llegar a alumbrarse, no será probablemente sino una reforma más o menos profunda del actual Estatuto. Tiene, por tanto, una innegable intención preventiva ante eventuales desmesuras en lo que atañe al respeto que merece la pluralidad estructural de nuestra sociedad. Verdad es que, incluso ante la inminente perspectiva de la citada ponencia, mayor virtud disuasoria que esta abstrusa reflexión teórica –y, desde luego, mayor facilidad de comprensión– tendrían los hechos concretos que, en un caso, tuvieron lugar en nuestro reciente pasado y, en el otro, continúan teniéndolo en uno de nuestros entornos más cercanos.
Me refiero a la capacidad desintegradora que revelaron entre nosotros, y que siguen revelando estos días en la comunidad catalana, los intentos de cambiar radicalmente el statu quo institucional, sin tener en cuenta los límites que impone la pluralidad social de ambos colectivos. Porque muy pronto podrán constatar los más pusilánimes como lo que los independentistas más entusiastas definen como un proceso ilusionante para su comunidad acabará cerrándose con el mismo grado de frustrante esterilidad y desintegradora división con que concluyó el que tuvo lugar entre nosotros hace poco más de un lustro. Los hechos, y la pluralidad es uno de ellos, son tercos.
El lehendakari viene insistiendo, desde que presentó su proyecto de nuevo estatus político para Euskadi en la campaña electoral, en que lo que salga del proceso será fruto de un amplio consenso que él mismo ha llegado a calificar en ocasiones de «transversal», es decir, alcanzado entre quienes albergan un sentimiento dispar en cuanto a la pertenencia nacional. No hay razón para no creerle. La distante pasividad con que está asistiendo al proceso catalán da fe de su sinceridad. Así lo hace también el hecho de que, en vez de adelantarse enviando al Parlamento un texto ya articulado o de formular desde el comienzo un objetivo final predeterminado de antemano, haya preferido dejar en manos del debate parlamentario la elaboración acordada de lo que la voluntad plural de la representación popular decida.
Por si todo esto no bastara, el mal sabor de boca que le habrá dejado el estéril y frustrante debate del jueves pasado, en el que su partido no pudo atraer siquiera a la totalidad de los que se declararon sus socios de ocasión ni entre ambos se revelaron capaces de fijar una fecha alternativa para el ‘Día de Euskadi’, le debería servir de refuerzo de las vacunas que, frente al virus del desprecio a la pluralidad del país, ha recibido ya en carne propia en el pasado y sigue recibiendo en ajena en el momento presente.
JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA, EL CORREO 17/11/13