El Correo-EDITORIAL
Una repetición electoral como la que Felipe VI ha invitado a evitar solo garantiza un retraso en la formación del Gobierno estable que necesita el país
El Rey ha expresado un sentir mayoritario de la sociedad española al urgir a los partidos a «encontrar una solución» al bloqueo que impide la formación de un Gobierno estable a fin de evitar la repetición de las elecciones generales. El emplazamiento del jefe del Estado forma parte de un responsable ejercicio de las tareas de arbitraje y moderación del funcionamiento de las instituciones que le atribuye la Constitución. Sin embargo, el carácter inusual de sus palabras, pronunciadas en público horas antes de recibir mañana en audiencia a Pedro Sánchez, ilustra sobre la anómala situación del país y ha de servir de acicate para favorecer un entendimiento. España se encuentra sometida a una frustrante parálisis política desde finales de 2015, que ha impedido una acción de Gobierno normalizada y la aprobación de reformas imprescindibles para afrontar problemas de enorme magnitud. Desde entonces se han celebrado tres comicios legislativos. Nada resolverán unos cuartos el 10 de noviembre si los mismos partidos que aseguran no desearlos siguen atrincherados en sus posiciones y mantienen una flagrante contradicción entre sus palabras proclives al acuerdo y sus hechos. O si, como hicieron ayer, en vez de reflexionar sobre el sensato llamamiento del Rey se limitan a acusarse mutuamente del bloqueo o a plantear salidas con escaso recorrido en este momento, como un candidato alternativo a Sánchez. Transcurridos cien días desde el 28-A y frustrado el primer intento de investidura, las fuerzas parlamentarias han de ser conscientes del hartazgo de la ciudadanía, a la que no pueden endosar reiteradamente la solución de un problema cuyo arreglo está en sus propias manos, y de la erosión que su actitud está causando en el sistema institucional. Si se repiten las elecciones no será por designios de la Naturaleza ajenos al control humano, sino por su incapacidad para propiciar un pacto. Nada garantiza que de otra eventual cita con las urnas surja un mapa político muy distinto al actual. Lo único que asegura esa vía es un nuevo retraso en la imperiosa necesidad de crear un Gobierno sólido en condiciones de actuar contra los crecientes síntomas de deterioro de la economía, buscar un consenso sobre el futuro de las pensiones o encarar el desafío del independentismo catalán. Sánchez cae en una torpe estrategia propagandística cuando, en lugar de volcarse en articular una amplia mayoría en torno a un programa factible, intenta presionar con la complicidad de ONGs y otros agentes sociales cuya opinión es muy respetable, pero de los que no depende el desbloqueo.