ABC-LUIS VENTOSO

La peculiar situación política española pone en duda lo que debería ser normal

ESPAÑA trata tan bien a sus enemigos que a veces pareciera que estuviésemos ante uno de los países más tontos del orbe. Nuestra democracia presenta una peculiaridad respecto a otras como la gala, la estadounidense o la germana. Dadivosos como nadie, aquí acogemos en el corazón del sistema a partidos que tienen como objetivo manifiesto destruir la unidad nacional, o liquidar el marco constitucional. Las cartas magnas de Alemania, Francia o Portugal, perfectamente honorables, incluyen títulos que establecen que todos los partidos han de respetar la unidad y la soberanía nacional. El artículo 21 de la Constitución alemana declara «inconstitucionales» a los partidos que «tiendan a desvirtuar o eliminar el régimen fundamental de libertad o democracia o a poner en peligro la existencia de la República Federal de Alemania».

Podemos ha estado muy cerca de entrar en el Gobierno (de hecho Sánchez los agasajó con una vicepresidencia y tres ministerios). Así que cuando Iglesias le dio su inexplicable portazo de divo, millones de españoles respiramos aliviados, porque el morado no es un partido cualquiera, sino una formación antisistema de extrema izquierda. Iglesias ha venido reiterando que su meta es liquidar el modelo institucional de nuestra democracia, abrir un proceso constituyente, derribar la monarquía y convertir a España en una república donde se admitiría la autodeterminación. España ya no sería la nación que conocemos, sino una laxa federación de taifas con su economía intervenida.

Las alternativas de Gobierno son harto simples. Sánchez solo tiene dos opciones: que le den el plácet PP y Cs, que se niegan, porque recelan de su probado palanganeo con los nacionalistas (véase Navarra); o una repetición de la alianza del PSOE con los comunistas antisistema y con los independentistas que organizaron un golpe de Estado hace solo dos años. Si no vamos a otras elecciones, la alternativa a día de hoy es el Gobierno Frankenstein 2. No hay más. Supondría un panorama pésimo para las empresas españolas, para las anchas clases medias, para la unidad nacional y para la imagen exterior del país (el capital global, que es medroso y piensa fríamente en sus beneficios, no suele entusiasmarse por invertir en países con gobiernos socialistas encamados con populistas de extrema izquierda y separatistas). Nadie mete su dinero en un avispero.

Cuando nuestro magnífico Jefe de Estado comenta que lo mejor sería evitar unas nuevas elecciones, tiene razón desde un punto de vista formal. Esa es la pauta usualmente correcta. Pero la anómala situación política española plantea disyuntivas complejas. Parte del público, entre el que me incluyo, considera que un Gobierno con los peores socios imaginables sería más dañino para el país que intentar aclararnos mediante otros comicios.

Existiría una salida sencilla y cabal, por supuesto: un Gobierno de Sánchez tutelado por Rivera. Pero poner de acuerdo a Mr. Ego y Mr. Súper Yo semeja misión imposible. Lo cual nos lleva de cabeza a Podemos, Bildu y ERC. La orquesta del Titanic, con el doctor Sánchez gesticulando con una batuta sin part