Juan Carlos Girauta-ABC
- Es la José Tomás de la política. Pura inspiración, pura belleza. Porque sí, malpensados, hay belleza en una faena perfecta en la rueda de prensa, hay belleza en la respuesta parlamentaria y, por supuesto, hay belleza en la belleza. ¿Qué?
¿Qué tendrá Ayuso que les trae por el camino de la amargura? Para empezar, un instinto asombroso para tomar todas las medidas de gestión sanitaria que el Gobierno Sánchez prohíbe, desacredita… y acaba adoptando. Sin excepción. Humillación por goteo y demostración palmaria de superioridad a la hora de enfrentar una crisis de verdad.
Al fin y al cabo, lo que se le pide al líder es que no se bloquee como el resto de mortales cuando las cosas se ponen feas, muy feas. Que no tiemble, que no se rile, que no pierda la capacidad de raciocinio mientras caen chuzos de punta, que en medio del pánico y el caos siga siendo capaz de sopesar, con prudencia y audacia, pros y contras. Esa y no otra es la diferencia crucial entre el liderazgo en Sol y el no liderazgo en Moncloa durante la pandemia. ¿Por qué? Porque no es verosímil que Ayuso contara con un brillantísimo equipo de especialistas y a Sánchez le asistieran todos aquellos epidemiólogos, virólogos y gestores de crisis que han obtenido el título en una tómbola, tom tom tómbola.
Cualquier seminario sobre liderazgo debe empezar (y quizá acabar) con el poema ‘If’ de Rudyard Kipling. Provoca tal urticaria al simple que algo tendrá. Y vaya si tiene. Aquí encarnaron ese espíritu Aznar y Aguirre. Hoy lo encarna Ayuso. Mantiene la cabeza fría cuando el resto enloquece y le echa a ella la culpa de todo. Ha confiado en sí misma cuando las dudas se apoderaban de todos los extraños y de casi todos los propios. Y así podríamos seguir con el poema entero para ver que le encaja como anillo al dedo cada atributo de los que conforman el modelo de hombre dibujado por el último británico imperial. Ese hombre ya casi no existe porque ahora se educa en valores contrarios. En la política española, ese hombre es mujer y se llama Isabel. A España le convienen las Isabeles.
La ventaja sobre el perfil que propone Kipling, al cabo un recurso pedagógico, un espejo para que su desdichado hijo se mirara en él, es que a nuestro único líder político con mando le adornan las virtudes de la madrileña platónica. A los catalanes, que solemos ser envarados, vergonzosos y aburriditos, nos deslumbra la soltura del madrileño, pero sobre todo de la madrileña. Qué sé yo, esa picardía prolongada hasta el punto justo, esa versatilidad de registros con la que consiguen no solo que el entorno no las domine bajo ninguna circunstancia sino que, por el contrario, se rinda a la destreza de las frases cortas cargadas de sentido, de la cadencia dulcemente sincopada. España está enamorada de Ayuso y es normal. La mitad que la detesta también está enamorada, pero no lo sabe y experimenta -en su sometimiento estético y su hipnosis- un suplicio. Nada que cualquier observador adulto no reconozca como amor dolido.
Hay una torpe tropa, triste y frustrada, que renueva cada día su catálogo de insultos a la inalcanzable. Es por eso, en parte, que uno desea compensar a la lideresa con su retrato fiel. Sé que de puro fiel puede parecer una cadena de elogios, pero aquí se observa la realidad y se dice lo que se ve. Para mentir ya están otros. ¿Qué quieren? ¿Que me invente defectos para equilibrar, para parecer algo más ecuánime? Lo tienen claro. Defectos no le encuentro, y tenemos a la torpe tropa para inventarle las más odiosas intenciones, carencias y hasta enfermedades, porque cuando la jauría se calienta no conoce límites. Y ahora la jauría está tan desesperada y tan furiosa que busca y rebusca algún argumento real y decente contra Isabel la Catódica. Al no encontrarlo, como argumento te cuelan bajezas. Y cuando estas se diluyen, siempre queda la sonrisita y el codazo cómplice, esa última bocanada del impotente que la izquierda española ha tomado del nacionalismo catalán y que, por eso, nos da tanto repelús a los que conocemos a la bestia por dentro.
Que a Ayuso los ataques de la jauría, lejos de achicarla, le agucen el ingenio, redobla la impotencia, la rabia y la inoperancia de sus enemigos. Porque esos tipos no son adversarios: los que llevan desde el primer día buscando el asesinato civil de la mejor gobernante que tiene España de lejos son lo que se sienten: enemigos; son como actúan: enemigos; son lo que les va a perder. Porque si Ayuso es mala adversaria, como enemiga le vas a durar entre cinco y diez segundos. Te puede triturar con un silencio, como acaba de hacer con Iglesias. Es la José Tomás de la política. Pura inspiración, pura belleza. Porque sí, malpensados, hay belleza en una faena perfecta en la rueda de prensa, hay belleza en la respuesta parlamentaria y, por supuesto, hay belleza en la belleza. ¿Qué?
Una de las tareas asignadas a la torpe tropa trepa, junto a la diaria renovación del catálogo de injurias contra la inalcanzable, es señalar ¡a quienes glosen las virtudes de doña Isabel! Espero que no se les pase esta página. Es difícil, teniendo en cuenta el medio y la extensión. Pero yo quiero estar ahí y por eso insisto. Subrayen mi nombre, dibújenme postrado recitando a Brel ante el icono dorado, bajo el retrato de Ayuso, nuestra última esperanza: ‘Laisse-moi devenir l’ombre de ton ombre, l’ombre de ta main, l’ombre de ton chien…’ ¿Lo tenéis, tropa? Pues hala, a pastar.
La peripecia de doña Isabel es edificante porque ilustra un hecho que los mediocres y los escépticos crónicos no admiten: atenerse a los propios valores compensa. Apoyó a Casado cuando nadie en su partido daba un duro por él, mientras los nombres conocidos del PP, los de toda la vida, se torturaban preguntándose si debían apostar por Soraya o por Cospedal. ¿Qué podía ganar el que se decantara por Casado? El ostracismo. Pues mira.