TEODORO LEÓN GROSS-EL PAÍS
- La presidenta de Madrid ha sabido hacerse con un papel determinante en la oposición al Gobierno, y viceversa
La verbena chulapona de Ayuso hasta ahora sucedía con la complacencia de Génova, donde se consideraba que era una mina explosiva para cualquiera que pisara su territorio. García Egea hizo la contribución más hiperbólica a su hagiografía impúdica diciendo que el hospital Zendal en medio siglo se llamará Hospital Díaz Ayuso. Pero algo parece cambiar. Casado ha dicho en Sevilla, homenajeando al presidente andaluz: “Para mí la Junta de Andalucía es una referencia de lo que yo quiero hacer a nivel nacional cuando llegue al gobierno de España”. Hasta ahora, ese referente era Ayuso. Y no son exactamente conciliables. El PP es un partido de amplio espectro, como solía serlo el PSOE, aunque ahora parece que los socialdemócratas están bajo sospecha, y Juanma Moreno está en el lado opuesto de Ayuso, moderado y sobrio, en la línea de los otros barones: el patriarca Feijoo, y Mañueco o Miras. ¿Está marcando distancia Casado con Ayuso ante la irresistible ascensión de su popularidad?
La efervescencia de Ayuso resultaría coherente. Corren tiempos propicios para ese perfil populista. En un ecosistema donde Sánchez ha sanchificado al PSOE; Iglesias lidera un bloque donde el personaje más conspicuo es Rufián más allá de Echenique; donde Abascal u Olona son el contrapunto ultramontano; y donde Rivera cedió Ciudadanos a la tentación de Colón, ¿no sería Ayuso una líder apropiada? Y tanto más si Casado reocupa el centro ahora de Ciudadanos, como advierte Arrimadas. El largo flanco a la derecha, con fugas a Vox, da margen a Ayuso para ser una gran inspiración de la derecha mesetaria. Ser una excepción entre los barones podría limitar sus aspiraciones, pero el PP es un partido vertical donde todo es hacerse con los mandos. Hay un ecosistema cada vez más propicio para que Ayuso aspire a cuajar. Sería una mala noticia. Sencillamente una más.