Dentro de la unánime inutilidad del animalario que compone el círculo del poder sanchista, ese desprolijo equipo que le acompaña en el triste horror de su mandato, destacan algunas figurillas que, arrebatadas de su afán protagónico, chapotean en la mendacidad y la vileza. Así el histriónico Puente, la maléfica Margarita, el ridículo Albares, la pálida Aagesen, el cínico Hereu, o Bolaños, un gaznápiro dislocado. Ese nivel de incompetencia sumada a la ambición ocurre también en los niveles inferiores. No podía ser menos. Así, un caso notorio, que busca desaforadamente foco, es el del delegado del Gobierno de Madrid, un Francisco Martín Aguirre, que se hace llamar Fran en los cenáculos, aunque algunos lo conocen como ‘Paquirrín’, cual dispuso FJL con acierto. Este Fran saltó de Moncloa, donde se desempeñaba de jefe de Gabinete de algo, al palacete de la Calle Miguel Ángel, allí donde pulula una alegre comunidad funcionarial que colecciona en Google un impensable rosario de críticas seguramente inmerecidas. Su jefe, no. Fran Martín (así dicho, suena como a un luismariano de orquestina de provincias) se ha ganado a pulso esa fama de insoportable bravucón que le adorna y con la que aspira a encaramarse a una cartera ministerial. La de Marlaska por ejemplo. A tal efecto se ‘deja la piel’, que diría el número Uno, en la campaña que ha desatado su jefe contra Isabel Díaz Ayuso para camuflar los pesares judiciales de su pluriimputada esposa. El último episodio protagonizado por el pinturero señorín es autorizar una manifestación de sindicalistas ruidosos, posiblemente holgazanes y patoteros, a las puertas de la Universidad de Alcalá de Henares, con ocasión de la apertura del curso académico. Estos botarates que berrean consignas ortopédicas se estrellan contra la realidad de Madrid, donde a la gente le da por trabajar y por que no le den la turra los sectarios en nómina. Salvo que sean bronquistas de importación filoetarra, como en la Vuelta, que entonces ya hablamos de otro tipo de patraña. Entre delictiva y criminal.
¿Genocidio dice usted?
No es sólo este absurdo petimetre quien está empeñado en enfangar, si no derribar, a la presidenta madrileña para desviar la atención de lo de Begoña. Todo el aparato del Estado, desde la abogacía al Gabinete, pasando por el fiscal general, está empeñado en esta cacería atroz. De momento, quien peor lo pasa es el fiscalón García, que está a medio minuto de sentarse en el banquillo. Dado que no se trata de un espíritu valiente (es su madrina, Lola Delgado, quien le arrastra por los senderos del mal) vive ahora momentos de enorme inquietud, al decir de su entorno. Sale a la calle cubierto con gorrillas plurimorfas con afán de camuflaje. Se le ve ofuscado, dubitativo y hasta temblón. Por ahora lleva las de perder, las de convertirse en un juguete roto más del gran narciso. En estas arremetidas contra Ayuso, también tiene papel relumbrante Mar Espinar, ignota portavoz socialista en la Asamblea madrileña, quien exhibió una bandera palestina en la sesión de esta semana en la Asamblea, en respuesta a la prohibición oficial de que los nenes lleven enseñas y estandartes a la escuela. Una ridícula bravata que colmó de oprobio el hemiciclo. La izquierda madrileña, nacida para perder, trata de utilizar el McGuffin de Gaza como arma arrojadiza contra la presidenta. Son instrucciones de los asesores de la Moncloa. Sea. Quizás esta estrategia alivie su hundimiento demoscópico. El problema es que en Madrid, estas triquiñuelas no funcionan más allá de su ámbito electoral. Con los pañuelitos de Arafat al cuello, émulos de Bardem, otro que tal en la izquierdita caviar, agitan la teoría de una supuesta tirantez entre Génova y la presidenta para crear marru en el PP. Algunos analistas pican. Otros, sencillamente, lo jalean. Las tontadas de siempre en la derecha cuando asoman urnas por la puerta. Feijóo y Ayuso dicen lo mismo con palabras distintas. El canciller alemán, Metz, también circula por la misma vía, y no tuvo empacho en sacudirle a Sánchez sendas trompadas en su contundente visita a Madrid. “¿Genocidio dice usted?”, le espetó a su irresponsable anfitrión, líder de planetario de los perseguidos, que seguía con la matraca de la palabreja que ha colocado en la cúspide de su trola.
Comisario político
No es fácil conquistar Madrid cuando hasta para visitar una escuela de Getafe, territorio socialista donde los haya, se ha de desplegar una una círculo de seguridad de un kilómetro, más de medio centenar de policías y una cohorte de afiliados haciendo de claque, como si estuviera en la Sicilia mafiosa de Saviano. Una escuela, caballero, que iba usted a una escuela. Cierto que no puede pisar la calle, aunque lo niegue en lo de telePepa. Que sale a escondidas y a la carrera del cine, rodeado de su densa guardia, que no pasea por un bulevar, una avenida, una ciudad, que diría María Esteve, que no se toma una caña, que no charla con más gente que los almodóvares y otros pelotas, que no pisa un teatro, ni un bar, ni se hospeda en más hotel que ese de Andorra en el que hubo de despejar toda una planta para su familia, amigos y seguratas. Oscar López, de la saga de Pepiño, que sondeó al comisario Villarejo para usar las saunas de Begoña contra su esposo en aquellas primarias del pucherazo, es el señalado por Sánchez para dar la batalla de Madrid. Mal le va. Parece una caricatura de Antonio Ozores con cara de vinagre y sin gracia. Le faltan los tirantes y el gorrillo cantinflero para vender rosquillas por las ferias. No, con este tipo no se reconquista Madrid, plaza fortificada contra el matonismo sanchista y el cretinismo macarra de su delegado en la región, un politiquillo grimoso que se piensa cónsul del imperio y se creyó el papel del comisario político de José Luis Gómez en Beltenebros. Ayuso ha encumbrado la comunidad al vértice de Europa. En lo económico, lo vital, lo social. Un referente, una marca internacional. El descomunal espectáculo desplegado este jueves por Carolina Herrera frente al Teatro Real fue la expresiva consagración de lo que ni Sánchez ni su petit bulldog asilvestrado serán capaces nunca de entender. Madrid da gusto y se lo da, escribió Max Aub. Ese es el secreto, señores gorilones de escrache y tententieso.