En su discurso de apertura del Campus FAES 2023, el ex presidente del Gobierno José María Aznar ha tocado a rebato frente al desastre sanchista con un discurso de excelente factura, marcada contundencia argumental y destacable fuerza expresiva. Hay que felicitar al speech writer. Debería prestárselo a Feijóo, cuyas intervenciones suelen ser pálidas y diluidas. Lo que Aznar vino a decir, con la evidente intención de que el actual equipo dirigente de su formación tomara nota, fue que estamos viviendo una situación anómala, aberrante, disparatada e inaceptable, y que en semejante contexto dramático no cabe comportarse como si lo que sucede fuese normal, sino que el lenguaje verbal, corporal y emocional de la alternativa a Sánchez debe ponerse en concordancia con la gravedad de la amenaza que se cierne sobre el orden constitucional y social emanado del gran pacto civil de 1978. Efectivamente, hemos llegado a un punto en el itinerario de degradación política, intelectual y moral que se inició con la victoria de ZP en las elecciones generales de 2004 en el que lo que está en juego no es ya esta o aquella medida concreta en fiscalidad, educación, medio ambiente o interpretación de la historia, sino la existencia misma de España como Nación. Desde esta sobrecogedora perspectiva el clarinazo de Aznar el pasado martes adquiere todo su sentido.
La reacción de Sánchez frente a este desafío a la legalidad vigente y a la razón ha sido la de manifestar que un pacto sobre estas bases es digno de consideración
Las exigencias del prófugo de Waterloo son claras: amnistía para los centenares de encausados en diversas instancias judiciales por los hechos delictivos asociados al referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 y celebración de una consulta vinculante a la ciudadanía de Cataluña sobre su futura relación con España, es decir, un plebiscito sobre la autodeterminación con el fin de erigir un nuevo estado independiente separado del español. A tales dislates, añade la ofensa de reclamar un relator o mediador, se supone que internacional, que dé fe de lo así acordado y vele por su cumplimiento. La reacción de Sánchez frente a este desafío a la legalidad vigente y a la razón ha sido la de manifestar que un pacto sobre estas bases es digno de consideración para a continuación sumirse en un silencio sigiloso mientras, se deduce, tienen lugar negociaciones discretísimas entre ambas partes para examinar como se cocina el invento. En cuanto al PP, su posición inicial fue la de “hablar con todos”, ¡incluido Junts! hasta que la ola de indignación generada por esta absurda pretensión le hizo rectificar no sin antes haber provocado el desconcierto y la desmoralización de su electorado y de haberse cubierto de ridículo por sus vaivenes.
Tras la enérgica llamada de Aznar a la movilización de todos los sectores de la sociedad, profesionales, empresariales, culturales y cívicos, en defensa de la Nación de ciudadanos libres e iguales y de la monarquía democrática y parlamentaria, la respuesta del PP ha sido de nuevo equivocada. La convocatoria de un acto de partido, parcial por definición, convierte lo que tendría que ser una presencia masiva en las calles de centenares de miles de españoles más allá y por encima de siglas concretas para demostrar su apoyo a los valores constitucionales y a la unidad nacional, en una concentración de militantes para que ovacionen mecánicamente a sus figuras representativas. Una vez más, el sanedrín noroccidental que hoy conduce el PP yerra el tiro y la gente empieza a advertir que lo hace con demasiada frecuencia, véase el decepcionante resultado de los comicios del 23 de julio, consecuencia de una campaña mal enfocada tras el gran triunfo del 28 de mayo que reflejó el rechazo de una mayoría de votantes a las tropelías de Sánchez. Si en las municipales y autonómicas se hizo patente un intenso deseo colectivo de cambio, palpable en todas las encuestas inmediatamente posteriores, algo debió fallar en las ocho semanas transcurridas entre las elecciones locales y las generales. Pues bien, los responsables directos de este fallo siguen sin aprender las correspondientes lecciones y, lo que es peor, sin escuchar las voces autorizadas que desde la sociedad civil les ofrecen asesoramiento y ayuda desinteresada. La soberbia es muy mala consejera y los que la practican suelen acabar mucho peor que los que la padecen. En contraste, la magna manifestación organizada por Sociedad Civil Catalana y entidades afines para el próximo 8 de octubre es un notorio acierto y un gran número de personas procedentes de toda la geografía nacional nos desplazaremos a Barcelona en esa fecha para dejar claro que los comprometidos con la Constitución, la democracia, la Corona y las luces de la Ilustración somos bastantes más que los cegados por el fanatismo, el sectarismo, el tribalismo y el estrecho nacionalismo de campanario.