Azúcar

ABC 17/06/14
DAVID GISTAU

· Ingestión «Voy a aplazar hasta después de la proclamación mi analítica anual»

Voy a aplazar hasta después de la proclamación mi analítica anual. Si la hiciera ahora, me daría altísima la glucosa. De qué sirve sustituir los dulces por manzanas si después los medios de comunicación lo someten a uno a sesiones de culto a la personalidad de La Familia que son como una ingestión de bizcocho por embudo. Como se ceba una oca, así están tratando de inocularnos el felipismo y, por añadidura, un sentido patriótico sobrevenido que dé un nuevo uso a las banderas a las que ya no da pretexto la selección. Si llego a saber que guardar el orden constitucional me iba a poner en riesgo de coma diabético, no habría comenzado esta sección. Es que, por turno, han pasado para que les canten las perfecciones todos los eslabones familiares. Ha sido como tener toda la semana a la tuna debajo de la ventana. No puedo más. No paran de exigirme sacrificios. Ahora, leer páginas que en vez de tinta dejan caramelo en la yema de los dedos y contemplar cómo el viejo periodismo canalla, de reuniones clandestinas en un garaje y cinismo más corrosivo que la baba de Alien, de repente muta por entero al «¡Hola!». Antes temía contestar el teléfono por los teleoperadores. Ahora, por si me gritan «¡Viva el Rey!».

No saben cómo necesito, aquí, en mi garita constitucional, que lo antes posible todo esto vuelva a bascular a la reflexión política. Si es posible, que sea más sofisticada que la que consiste en despachar a Felipe VI como un propietario de poderes mágicos antes los cuales ya no son necesarios los poderes legislativo y ejecutivo. Hay una lista de deseos abierta, como la de «Bienvenido Mr. Marshall», para que en ella cada uno añada su petición personal antes de que el nuevo rey diga abracadabra según amanezca el próximo viernes. Tarde tal vez para que Casillas empiece a agarrar las pelotas altas.

Para que se hagan una idea de lo que estoy pasando, sepan que he tenido que leer una información sobre la venta de porcelanas para el té con los retratos de la real pareja estampados. Ahí entramos ya en un mundo «kitsch» que me recuerda a una vecina de mi abuela que tenía un loro que sabía decir «¡Viva el Rey!» y, cuando invitaba en su casa a merendar, alimentaba el caniche con un tenedorcito de plata. Es tal la idealización, la insistencia en la juventud y la hermosura, que empiezo a buscar una compensación en los matices penitentes del último hurra del rey saliente. Para la firma, ha convocado a su alrededor a todos los ponentes de la Constitución, los que lo acompañaron en la «Finest Hour» y comparten con él ocaso generacional. Es lo más parecido a hacerse enterrar el Faraón junto a sus contemporáneos, sus perros y sus caballos. Asegúrense los ponentes de que hay salida de emergencia, por si acaso.

La analítica me la haré la semana del congreso del PSOE. Poca azúcar.