Eduardo Uriarte-Editores
El jueves pasado fui a ver con un amigo de mi edad, que también estuvo en ETA y acabó en la cárcel, la película de Iñaki Arteta “Bajo el Silencio”. No la puede ver entera, mi colega de andanzas y desventuras se indignó tanto, especialmente con el testimonio del cura de Lemoa y las reflexiones de un tipo que estuvo en ETA, que decidimos salir. Yo le decía que se había puesto tan desaforadamente indignado porque esas elucubraciones del cura o del de ETA la habíamos tenido nosotros.
-“Yo era un ingenuo – me contestó- y me engañaron como a un a un chino, pero nunca llegué a tanto y por eso les mandé a …”. También pensé en lo que llevo a mis espaldas, aunque más responsable que mi colega en esta fabulación que acabó en masacre, confieso que yo tampoco llegué a tanto, nunca asumí acríticamente, como el cura o el exetarra, lo del conflicto, la opresión del pueblo vasco, la persecución del euskera…, o, al menos, hasta ese nivel de creer estar en posesión de la verdad absoluta, antesala del fanatismo. Mi padre, que, sólo fue republicano, me contó cómo atacaban los voluntarios requetés navarros y guipuzcoanos que asaltaron el cinturón de hierro. Y eso me obligaba a tener una cierta reticencia a pesar de mi peligrosa ingenuidad.
Lo del cura, todo un monumento a la elucubración que rige hoy en la mayoría de la sociedad vasca, desde el nacionalismo radical hasta llegar al PSOE (por eso este va perdiendo alcaldía tras alcaldía), no nos la pueden colar a nosotros, que conocemos la artificiosidad de todo este discurso -pues lo inventó nuestra generación-. Conocemos su falsedad desde su origen, sus medias verdades, discurso sólo creíble por la enorme perturbación en las conciencias que ejerció (y sigue ejerciendo) la espiral del terror y la sangre derramada. Un terror latente ante el actual protagonismo político de sus autores legitimados hoy en día, nada menos, que por el Gobierno español con sus apoyos y alianzas.
Acabábamos ambos de leer la obra casi póstuma de nuestro admirado Joseba Arregi, “El Terror de ETA”, en la que con una profundidad argumental exhaustiva analiza las causas, origen y falacias del discurso criminal de ETA. El silencio denunciado por Arteta lo que encubre es la presencia del discurso amamantado por el terror, más hegemónico que nunca, en pos de la república bananera de Euskal Herria con la irresponsable connivencia de los que hoy rigen España.
Y aunque todo proyecto político se base en una fabulación, la de Euskal Herria como nación, como víctima, como historia truncada por el enemigo español, la conversión de guerras civiles entre vascos en guerras de ocupación, es de una dimensión infantil inconmensurable. Por eso necesita del sacrificio y la muerte. Por eso, impresionados por la muerte, la buena gente deshumaniza a la víctima a manos de ETA con el “algo habrá hecho”, inclinándose casi todos los vascos en un humillante servilismo ante el señor de horca y cuchillo redivivo en que han convertido a la banda.
Nivel de renta, autonomía hasta el límite, fiscalidad privilegiada, infraestructuras exageradas, sólo falta el AVE y un puerto marítimo en Alava. Y, sin embargo, estamos oprimidos, cuando nunca se ha potenciado y desarrollado el euskera como ahora, cuando disponemos de una policía autónoma, cuando disponemos de un Cupo privilegiado en el Concierto Económico, cuando más de cien mil familias vascas tienen una segunda residencia en otras regiones de España. Esto no es opresión, lo diga Sabino o el cura de Lemoa. Pero creer ser víctima de España te permite estar en posesión de la verdad, despreciar al disidente, y, como se ha visto, asesinar por ella. Un silencio que no es tal bendecido por el pacto Frankenstein.