MIKEL BUESA-LA RAZÓN

  • Puede ser que a Sánchez le aprueben su «Plan de respuesta a la guerra», pero ello no nos sacará del atolladero

Aunque, en 1923, Keynes escribió su famosa sentencia según la cual «en el largo plazo todos estaremos muertos», no por ello propugnó que la política económica se ocupara sólo de lo más inmediato. De hecho, siete años más tarde, cuando la depresión acogotaba a todas las economías como consecuencia de «los desastrosos errores que hemos cometido», en una conferencia que pronunció en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hizo un llamamiento a «prescindir de visiones a corto plazo y volar hacia el futuro». Keynes desechaba así el pesimismo «de los revolucionarios que piensan que las cosas están tan mal que nada puede salvarnos sino el cambio violento, y el de los reaccionarios que consideran tan precario el equilibrio de nuestra vida social que no podemos arriesgarnos con experimentos».

Es ese mismo llamamiento el que ahora debiéramos recordar en unas circunstancias en las que las bases del crecimiento de las economías occidentales, sustentadas sobre una globalización gobernada por el derecho internacional, se están contrayendo. La epidemia de Covid-19, primero, y la guerra de Ucrania, después, han evidenciado un cambio profundo en ese fundamento, de manera que ya no se puede asegurar la continuidad del modelo económico sobre el que vivimos durante las cuatro últimas décadas. Asistimos a un cambio estructural imponente que se manifiesta, en lo inmediato, en los problemas energéticos, alimentarios y de ruptura de las cadenas de suministro, pero que seguramente irá mucho más allá con un mundo organizado sobre una geopolítica multipolar en el que, además, será necesario un reforzamiento de las capacidades militares.

En estas circunstancias preocuparse casi sólo de lo que pueda hacerse en el próximo trimestre –como ocurre con el gobierno español– constituye un error mayúsculo. La dictadura del corto plazo impide valorar las aptitudes de nuestra economía para «volar hacia el futuro». Porque el problema en Europa no es la alarma ante los precios del gas, los cereales o el alquiler de los contenedores, sino las señales que esos precios emiten para exigir una transformación productiva sustentada sobre una menor dependencia externa y un mayor desempeño de los recursos propios. Puede ser que a Sánchez le aprueben su «Plan de respuesta a la guerra», pero ello no nos sacará del atolladero.