Bajo tu coche, la ‘lapa’

 

¿Nadie se ha preguntado por qué esos sinvergüenzas matan tan poco? ¿Porque son vagos? ¿Porque son cobardes? ¿Porque no saben? ¿Porque no pueden? Si no matan más es porque son muy mirados; porque les preocupa más ser detenidos aquí y ahora, que a nosotros el ser asesinados por ellos aquí y ahora.

Cuando esta mañana ha sonado el móvil y he oido la voz de mi amigo diciéndome que acababan de asesinar a un policía con una bomba colocada en los bajos de su coche, me he sentido caer por el pozo del tiempo hasta mayo del 2003, cuando dos policías nacionales perdieron la vida de la misma manera.

Y, perdónenme quienes lean esto, pero si no lo digo, reviento: mi primer impulso ha sido coger a la víctima por las solapas y gritarle: “¿cómo has dejado que te maten?”

Ya sé que la culpa sólo la tienen sus asesinos. Ya sé que él se preocupó más de la vida de sus conciudadanos que de la suya propia. Sé también que seis años son muchos y que acabamos acostumbrándonos a todo, especialmente, si no pasa nada. Pero he aprendido una cosa que ahora necesito compartir: la primera decisión para acabar con el terrorismo es personal. Es la de ponerles las cosas difíciles. Es ponerme ante el espejo y espetar: –Vosotros queréis matarme, pero yo no estoy de acuerdo. No lo lograréis mientras yo pueda evitarlo. Y tampoco asesinaréis a nadie más, mientras yo pueda evitarlo.

Y claro está que esos propósitos no son igual de fáciles de cumplir. Pero el primero de ellos –No os será fácil matarme porque yo no estoy de acuerdo–, ése sí está en mi mano.

¿Nadie se ha preguntado por qué esos sinvergüenzas matan tan poco? ¿Porque son vagos? ¿Porque son cobardes? ¿Porque no saben? ¿Porque no pueden? Por ninguna de esas razones. Si no matan más es porque son muy mirados. Porque les preocupa más ser detenidos aquí y ahora, que a nosotros el ser asesinados por ellos aquí y ahora.

A ellos les gustaría matar más, saben cómo hacerlo y están dispuestos a hacerlo. Pero no quieren ir a la cárcel, porque no les gusta la cárcel. Y no les gusta, porque allí no se pasa bien y desde allí tampoco pueden atemorizar a nadie ni hacer sufrir a los que no quieren someterse. En consecuencia, en cuanto atisban a alguien que les mira o a un gato que se cruza en su camino, dejan la ekintza (acción) para mejor ocasión. Y así pasan muchos muchos días.

La vida del terrorista transcurre veloz, siempre de un lado a otro con su caja de zapatos bajo el brazo, donde guarda las fichas de todos a quienes quisiera matar. Pero… el infierno está empedrado de intenciones, buenas o malas. ¡Que vamos a robar un helicóptero!; ¡que vamos a disparar contra el Rey a un kilómetro de distancia!; ¡que vamos a comprar unos misiles!… Chorradas. El tiempo pasa y sus enemigos –o sea, los ciudadanos libres– cada día son más y están más vivos.

Por eso, basta con ponerles las cosas un poco difíciles, para que su rendimiento caiga por los suelos.

¿Que nuestro lehendakari quiere acabar definitivamente con ellos? Pues loado sea Dios. Pero me temo que mientras existan más de cien mil ciudadanos que los justifican, alientan y votan si pueden; y mientras existan otros trescientos mil que aún sin compartir sus métodos, comparten su objetivo principal, tenemos espera para rato.

Quisiera aprovechar que hablo de él para hacer un ruego al lehendakari: que se fije, por favor, detenidamente en este dibujo que Juan Carlos Eguillor publicó en El País el 4 de junio de 2003. Que aprenda de Max Bilbao, quien creyó que si miraba fíjamente a La Bestia, está quedaría paralizada. Pues, mire usted, no. Ni dialogar, ni mirar fijamente a los ojos del que te apunta con la pistola. Nada de eso sirve.

En la misma página de aquel dibujo, aparecía también mi crónica semanal con el título “Bajo los coches, la playa”. Hacía referencia al eslogan de los jóvenes parisinos del sesentayocho «Bajo los adoquines, la playa». También ahora, bajo nuestros coches podemos encontrar la playa, pero con las traicioneras lapas. ¿Seremos capaces de reconocer que se trata del mismo combate por la libertad?

Propongo una versión actualizada de aquel juego: Jódeles el día. Descubre la lapa antes que ella te descubra a ti.

Ainhoa Peñaflorida, 19/6/2009