ABC-IGNACIO CAMACHO
El celestineo de Rufián retrata al sanchismo como algo más que una solución pragmática: una esperanza para su causa
LA estampa política más siniestra de esta semana fue sin duda la protagonizada por Gabriel Rufián y la portavoz de Bildu pidiendo, a dos horas de la investidura, un pacto de la izquierda… «por el bien de España». Lo hicieron sin atisbo de ironía, exentos de intención sarcástica, decididos a empujar con todo lo que estuviese en su mano a favor de la coalición más ventajosa para su causa. Nada retrata mejor la presidencia de Pedro Sánchez que esta demostración, tan cínica como clara, de lo que su continuidad supone para el golpismo catalán y el legado posetarra. Rufián lo repetiría luego, convertido en sorprendente adalid de la gobernabilidad, desde la tribuna de la Cámara: para Junqueras, cuyo mensaje desde la cárcel traía como portavoz de circunstancias, la alianza finalmente naufragada representaba no sólo el mal menor de una solución pragmática sino una alentadora esperanza. Y había que urgir la oportunidad porque, como él mismo admitió con sinceridad espontánea, en septiembre su partido estará inhabilitado para apoyarla, con toda su energía puesta en cuestionar el orden constitucional y en saludar la sentencia del procés con la turbulencia acostumbrada.
Como todo el proceder político actual está devorado por el relato, por la invención del argumento, nunca llegaremos a saber si fue Iglesias el que dominado por su soberbia rechazó in extremis una vicepresidencia y tres ministerios o si Sánchez se arrepintió a última hora de concedérselos en un ataque de responsabilidad o de vértigo. Tal vez, como casi siempre, el término más aproximado a la objetividad se halle en un punto intermedio. Lo cierto es que hasta bien poco antes el presidente estaba dispuesto a formar con la extrema izquierda un Gobierno que implicaba como requisito imprescindible que el separatismo diese su visto bueno. Bienvenida sea su crisis de arrepentimiento pero no puede llamarse andana porque desde la moción de censura ese respaldo extremista no le resulta ajeno. De hecho, en el debate de la investidura fallida, lleno de reproches a Podemos, no salió de su boca una sola duda sobre la lealtad de quienes guardaban la llave de su nuevo proyecto.
Si no bastara con eso, la tenebrosa comparecencia de los enemigos del Estado desacredita la retórica invocación del presidente-candidato a la abstención del centro-derecha. Si no le gusta esa sórdida compañía tampoco ha hecho nada para desmerecerla, ni siquiera negar la posibilidad de aliviar a los líderes independentistas tras su previsible condena. Sí ha permitido, en cambio, que el PSOE, los comunistas y los nacionalistas vascos pacten para gobernar Navarra gracias a los herederos de ETA. El impaciente celestineo de Rufián define al sanchismo en su más inquietante naturaleza: es la bandera de conveniencia de los partidos que niegan la igualdad de los españoles y se sublevan contra las bases de su convivencia.