El Correo-MIQUEL ESCUDERO

Sin entrar a dilucidar la buena o mala fe en las intenciones, la gente puede pensar lo que quiera y también equivocarse. Pero renunciar abiertamente a la objetividad se paga con la pérdida del sentido de realidad. A partir de ello, nada bueno se puede esperar para nadie: extravío, sectarismo, empecinamiento, terquedad.

Un partido que profesa el liberalismo debe ser esmerado con sus postulados, y acoger siempre con naturalidad la duda metódica y la autocrítica. Sería contradictorio que la dirección arrinconase a sus miembros discrepantes o amenazara con mano de hierro la manifestación pública de sus opiniones. Julián Marías definió el ser liberal como «el que no está seguro de lo que no puede estarlo». Es una fórmula elocuente que nos aleja de la prepotencia y la cerrazón; saber mostrar dudas es un rasgo valioso. Toda decisión se sitúa en un margen de incertidumbre, hay que contar con las circunstancias imprevisibles. También por esto hay que apartarse de todo extremismo y sus torpes rigideces. Hay que tener proyectos inteligentes y transmitirlos de modo atractivo.

Estas reflexiones vienen a propósito de que Francesc de Carreras se haya dado de baja de Cs. Se trata de uno de los fundadores de la plataforma cívica Ciutadans de Catalunya,

que se formó en 2005 y que un año después se convertiría en partido. Albert Rivera, estudiante de doctorado del profesor De Carreras, se dirigió a él para incorporarse a ese movimiento. Desde entonces ambos se han guardado amistad, pero el ilustre jurista siempre ha insistido en que él no ha sido propiamente guía o mentor del político, como a menudo se repite. Le dio su apoyo cuando cometió algunos errores que pudieron llevar a la desaparición del partido (una fuerza peculiar e improvisada que produjo pánico al ‘establishment’ catalán al denunciar la eficacia del nacionalismo como coartada para la corrupción institucional. De ahí provienen los feroces ataques, que se siguen repitiendo, de ser enemigos de la convivencia; fue lo contrario: desacomplejados y radicales en la concordia y la razón).

Hasta hace dos días, en los actos de Cs las banderas y los himnos patrióticos brillaban por su ausencia; un partido no nacionalista. Su principal objetivo era «devolver la política al espacio público y desligar su gestión de las ataduras sentimentales». Francesc de Carreras nunca ha ocupado un cargo en el partido pero ha arrimado el hombro. Es un tipo sencillo y afable que huye de las poses (impensable que ejerciera de ‘viejo profesor’), lo que más le gusta es leer, escribir y conversar. Es un observador agudo, claro y riguroso que no pide permiso para decir lo que piensa. «¿De dónde soy?», se ha preguntado: «De donde me da la gana. Ya no dependo del lugar de nacimiento. Soy libre, o cuando menos, soy cada vez más libre, puedo prescindir de los prejuicios heredados y construir a mi modo la personalidad propia. Estas son las nuevas condiciones que nos empieza a ofrecer la vida».

Había en Cs una firme voluntad de no dejarse arrastrar al nacionalismo español. Se apelaba «al sentido común y a un sentimiento moderado de pertenencia a un país. A una tradición de apertura y cosmopolitismo», en palabras de Jordi Bernal.

Después de las elecciones andaluzas es innegable su apuesta por estar en bloques, en contra de su origen. Tras años de rechazar que eran la marca blanca del PP, ahora quieren ocupar su lugar e instaurar otro bipartidismo, Cs ya no tendría así nada de especial. El partido de Rivera se acerca a Vox en el nacionalismo español, y veta al de Sánchez con hosquedad, irritación y falta de mano izquierda.

Pero nadie es imprescindible. Y los partidos que tienen un sustrato sólido, como es el caso de Cs, significan más que sus dirigentes del momento. Que nadie se llame a engaño, se puede decir que Francesc de Carreras ‘sigue siendo de Ciutadans’. No ha cambiado de ideas, pero hoy no se reconoce en el partido que inspiró.

Hace unos días ha recalcado: «La tragedia en Cataluña es que el PSC nunca ha querido entenderse con Cs y la culpa de esto es del PSC». Pero Cs tampoco ofrece un plan alternativo al secesionismo. Inés Arrimadas perdió una ocasión única de exponer ideas razonables y atractivas, y no se avino a presentar su programa de Gobierno para la Generalitat. No iba a prosperar, ciertamente, pero ser realistas y decir lo indecible, con alta resonancia mediática, hubiese servido la alternativa.