ABC 06/02/15
EDITORIAL
· A Alexis Tsipras y a su ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, les está costando transformar sus temerarias promesas electorales en recetas realistas
DOS semanas después de la victoria de los populistas de Syriza –y a pesar de las gesticulaciones del nuevo primer ministro, Alexis Tsipras, sobre sus demagógicos planes económicos– el Banco Central Europeo ha zanjado el debate al recordar que los tratados prohíben llevar a cabo lo que reclama el nuevo Gobierno heleno, ya sea anular la deuda o comprar unos bonos que han sido rechazados por el mercado. La última propuesta, prorrogar hasta mayo cualquier decisión sobre la deuda griega, no es nada más que un pretexto para seguir aplazando el verdadero debate, que se niegan a asumir.
Los dirigentes de Syriza están en su derecho de invocar la situación catastrófica de la economía griega, pero no pueden culpar de ello a la Unión Europea o a las políticas de reforma impulsadas desde Bruselas. A la vista está que los países que las han aplicado correctamente –como España– están recuperando el crecimiento y el empleo a buena velocidad. Y las previsiones de la Comisión demuestran que, de mantener el rumbo seguido hasta ahora, Grecia también podría crecer significativamente. Si Syriza considera que esas reformas no se han hecho bien, los únicos culpables son los propios dirigentes griegos, incapaces de liberarse de sus inercias de ineficiencia, desorganización y corrupción, a pesar de los tremendos sacrificios que les han sido impuestos a los ciudadanos.
Es cierto que esos sacrificios están siendo durísimos para la sociedad griega, pero también lo es que ese no era el objetivo de las reformas exigidas al país. Al contrario, esos ajustes resultan imprescindibles para dar a los griegos una esperanza en un futuro mejor. Los responsables de Syriza deben comprender cuanto antes que las condiciones del rescate –las exigencias de la troika– no son imposiciones caprichosas destinadas a hacer sufrir a los griegos un imaginario castigo, sino el cimiento de su progreso futuro. No son las coacciones de un usurero, sino las guías de una recuperación razonable.
Otra cuestión muy distinta es que a Alexis Tsipras y a su ministro Varufakis les esté costando transformar sus temerarias promesas electorales en recetas realistas. Lo que no pueden pretender es imponer al resto de la zona euro los criterios –legítimos, por supuesto, pero manifiestamente contraproducentes– de un país que solo representa el 3 por ciento de la moneda única. Las reglas están hechas para ser respetadas y Grecia debe asumir las obligaciones contraídas por los gobiernos anteriores al de Syriza, como sucede con todos los países europeos. Y, además, por su propio bien.