Barcelona 92 y la nostalgia de lo que no fue

LIBERTAD DIGITAL 26/07/17
CRISTINA LOSADA

· La realidad es que el proceso secesionista de ahora ya estaba en marcha entonces. No hubo un Pujol ni una CiU de los que haya que tener nostalgia.

El aniversario de los eventos internacionales celebrados en España en 1992 está sirviendo para demostrar algo sabido: la memoria no es fiable. Hay que andar con pies de plomo a la hora de recordar, pero más si lo que se recuerda no son los hechos, sino su significado. Así, los reportajes en prensa y televisión con los que se rememora, y conmemora, la celebración de las Olimpiadas en Barcelona –también de la Expo de Sevilla– se han lanzado de cabeza a asegurar que aquel 92 supuso la entrada de España en la modernidad y su salida de «los complejos». O del tercermundismo, como le he leído a alguno. A poco más, y dicen que fue entonces cuando se hizo realmente la Transición, que es otra frontera virtual que se va moviendo con el tiempo.

Por lo que voy oyendo y leyendo, la razón por la que datan en el 92 el ingreso de España en la modernidad, sea lo que sea eso, o en el «primer vagón de Europa», como dice El Mundo, es que no hicimos el ridículo. Esto es, que organizamos dos eventos de gran magnitud de forma adecuada. Las cosas funcionaron razonablemente bien y no hubo retrasos ni desastres mayores. Anda, ¿y por qué iba a haberlos? ¡Ah! Ahí es donde llegan los acomplejados con su frase típica de que «ya se sabe cómo somos los españoles», así en general, con lo que quieren decir que somos unos chapuceros congénitos. Oigan, lo serán los que lo sean.

No pienso yo que haya que ponerse medallas por que se haga algo en tiempo y forma. Es lo que hay que hacer, y punto. Si había españoles que dudaban de la capacidad de organización de su país, era su problema. Si al ver que se hacía sin fallos se sintieron orgullosos, bueno. Pero esto no tiene que ver con lo moderno o no moderno que se sea. Países con más pedigrí de modernidad han fallado al organizar eventos similares y otros con menos lo han hecho espectacularmente. Haber organizado bien las Olimpiadas y la Expo no significa, por otro lado, que desde aquel momento, como por arte de birlibirloque, desaparecieran de España las ineficiencias.

Son fastidiosos estos vaivenes de la autoestima que alimentan las élites opinadoras e incluso las intelectuales, que proyectan sus obsesiones acomplejadas. Pero aún es peor que se transmita una idea equivocada de cuál fue la actitud de la Generalitat catalana ante los Juegos de Barcelona. Y es que dicen los escribas de la efemérides que la Generalitat colaboró al cien por cien, y se cuidó de teñirlos de nacionalismo o independentismo, lo cual contrastaría con su deriva rupturista de los últimos años. Pues no. No hubo tal colaboración institucional plena ni resistió Pujol la tentación de aprovechar los Juegos para su proyecto político. Qué va.

Recuerdo perfectamente, quizá alguien conserve ejemplares, los anuncios a doble página que puso la Generalitat en la prensa internacional a raíz de los Juegos del 92. Yo los vi en el Herald Tribune. En la primera página, sobre un mapa donde el resto de la Península estaba en blanco, se preguntaba al lector si sabía dónde estaba Barcelona. En la siguiente se le sacaba de la ignorancia: Barcelona estaba en Cataluña. España, tal como sueñan los independentistas, no existía. Esta fue la campaña que hizo la Generalitat para desvincular la imagen de Barcelona y de Cataluña de la imagen de España, mientras toda España, empezando por el Gobierno de Felipe González y el Estado, se volcaba en organizar las Olimpiadas.

No fue la única. El hijo de Pujol, Oriol, entonces sucesor in pectore, hoy condenado por corrupción, dirigió la campaña Freedom for Catalonia, junto con otros retoños de los dirigentes de CiU. Todos ellos, llamados a heredar el partido, formaron el grupo conocido como el pinyol, ya abiertamente independentista, y de ahí salieron las pancartas y banderas separatistas que se vieron en los Juegos. Pujol padre no sólo tenía razones ideológicas para colaborar lo menos posible con la organización de Barcelona 92. Temía también que ayudaran a encumbrar a Pascual Maragall, a quien ya veía como rival y enemigo.

No se dejen llevar los que rememoran y conmemoran el 92 por la nostalgia de lo que no fue. No hubo entonces un comportamiento ejemplar de la Generalitat. No hubo una conducta leal de Pujol. Colaboró a regañadientes. Aprovechó para lanzar en la prensa internacional que Cataluña no tenía nada que ver con España. Y la segunda generación de CiU sacó entonces los emblemas separatistas. La realidad es que el proceso secesionista de ahora ya estaba en marcha entonces. No hubo un Pujol ni una CiU de los que haya que tener nostalgia. Tampoco en el 92.