avier Vidal Folch-El País
La inestabilidad política y la falta de Presupuesto causan la pérdida de la Barcelona World Race
La capital catalana pierde un evento deportivo relevante, la cuarta edición de la Barcelona World Race (BWR), prevista para 2019.
Este fiasco suma y sigue a la (aún más grave) pérdida del concurso para la sede de la Agencia Europea del Medicamento.
Como entonces, el follón político no ha sido clave única del revés, pero sí causa principalísima.
La fundación (pública e interinstitucional) que organiza esa regata de vuelta al mundo acusa al “clima de indefinición institucional y falta de inestabilidad política que vive nuestro país” como culpables de que las empresas patrocinadoras se hayan retirado.
Otros, los propagandistas indepes tratan, como siempre, de minimizar las responsabilidades del procesismo soberanista en el desaguisado: tendremos que esperar a que sus hijos no encuentren empleo siquiera temporal para limpiar el caracolillo de las quillas para que llamen suicidio al acto de suicidarse.
A la toma de las calles, la fuga de políticos y el secuestro de la voluntad de más de la mitad de los catalanes coadyuvan, sí, otros motivos para la suspensión de la BWR. A saber, la tardanza en aprobar los Presupuestos del Estado, el fin de los beneficios fiscales por el patrocinio de grandes eventos y la recidivante alergia municipal de los comunes a los grandes acontecimientos.
Así que Barcelona ha sido traicionada por la Brancaleone separatista, que ahora ya no sabe si sonreír o pegar fuego a los contenedores; por la distancia de un Gobierno que se desentiende de todo lo que no entiende, y por el amateurismo de munícipes insolventes.
Es la otra cara de la moneda del 92, en la que la ciudad contemporánea por antonomasia amarró la complicidad del Estado y la tolerancia hasta de un Govern provinciano para su gran proyecto, modelo y referencia de todo: los Juegos.
Era Barcelona como una república italiana gótico-renacentista (de Pisa a Génova, de Amalfi a Venecia), como una de las 90 ciudades-Estado de la Liga Hanseática (de Brujas a Lübeck, de Hamburgo a Stettin, de Colonia a Gdansk), y con capacidad de pactar con sus mayores. Era, en estándares de capitalidad actual, un Milán-Plus, y va camino de Lyon-Minus. Los carlistas siempre fueron refractarios a la metrópoli. Obvio, por destripaterrones.