Hoy se estrena en la Audiencia Nacional un nuevo episodio del caso Bárcenas, con el anuncio de que dl protagonista va a tirar de la manta sobre la financiación del PP. Tirar de la manta es una locución vistosa, como tirar del carro, arrimar el hombro y tantas otras. Bárcenas empezó tirando del carro para acabar tirando de la manta. El carro se lo llevaba a Suiza, donde el tesorero del PP llegó a acumular un capitalito, unos 50 millones de euros, procedentes de negocios variados: maderas en Costa Rica, actividad inmobiliaria, compraventa de acciones y la venta de obras de arte, actividad en la que tenía como socio a un extesorero de AP, Rosendo Naseiro, que hizo inmortal la máxima “que la pasta te caliente el muslo”.
Total que el antiguo senador ha sentido traicionado el pacto que según él mantenía con el PP y por el que retiró la denuncia por la inutilización de sus ordenadores, que él habría ofrecido como contraprestación al no ingreso en prisión de Rosalía Iglesias, su mujer, que el 8 de noviembre entró en Alcalá Meco para cumplir los 13 años que le impuso el Tribunal Supremo. Este ha sido el hecho detonante de que el extesorero haya tirado de la manta, salvo que la Fiscalía le haya prometido algunos privilegios a cambio de una nueva versión de sus andanzas.
El problema de España con la moralidad pública es que resulta harto difícil encontrar delincuentes virtuosos, cómo extrañarse de que Amedo resultara ser un golfo si su actividad principal eran actividades terroristas. Sea como fuere, los primeros pasos de la corrupción en España los da el PSOE siguiendo la pauta que habían marcado en la Francia de Mitterrand el Crédit Lyonnais y el PSF. Quizá la diferencia estaba en que allí, el primer ministro, Pierre Bérégoyoy, se pegaba un tiro con la pistola de su escolta en el paseo de Nevers, acorralado por el deshonor y la vergüenza, mientras aquí, gente de mucho peso se hartaba de justificar la virtud de los corruptos. “No se han llevado un euro a su bolsillo”, que decía Bono de Chaves y Griñán, principales condenados del mayor caso de corrupción que ha conocido España. Que no lo hacían pro domo sua, vamos, sino por la de todos, la casa común. La corrupción patriótica tiene mucho predicamento. Recuerden que Josep Mª Sala, uno de los artífices del caso Filesa, fue el miembro de la Ejecutiva del PSC más votado en el Congreso de 2004, después de salir de la cárcel.
“Ese PP ya no existe; nosotros no hablamos con delincuentes”, ha dicho la cúpula popular, sin tener en cuenta que sus delitos, incluso sus errores, no prescriben como los asesinatos de ETA. La derecha española debería haberse acostumbrado a que sus adversarios políticos son unos virtuosos en el arte de pasar al cobro varias veces la misma factura; ya lo hicieron con los atentados de Atocha. Y lo volverán a hacer con lo de Bárcenas, sin que hayan dejado rastro los dos socios principales del Gobierno, partidos que sí han sido condenado uno e imputado el otro por financiación ilegal. Solo han cometido un fallo: no poner al frente del tribunal a José Ricardo de Prada, autor de aquella sentencia ful que desalojó del Gobierno a Rajoy para poner en su lugar a Sánchez y los Ceaucescu. Y a su niñera, claro.