ABC-LUIS VENTOSO
En el fondo muestran gran desprecio hacia las libertades ajenas
JAVIER Bardem, un señor madrileño de 50 años, forma parte de la tercera generación de una saga de actores. Intérprete soberbio y polivalente, siempre resulta creíble, sea encarnando a un parado de los astilleros, a Ramón Sampedro, o al malomalísimo de una de 007. Con su talento natural, su esfuerzo para moldearlo y su trabajo ha atesorado un Oscar y un porrón de dinero, al que se suma el de su mujer, también excelente figura de las tablas. Es de justicia reconocer sus méritos profesionales. Pero nada indica que su criterio intelectual deba ser tenido en cuenta. Estudió un poco de pintura e interpretación, carece de estudios universitarios y comenzó jovencísimo en el cine, su única vida.
¿Tienen valor las opiniones científicas, morales o políticas de Bardem? Al gremio de los actores españoles tal vez le sobren sermones y le falte modestia. Siempre recuerdo la esclarecedora entrevista que el gran periodista italiano Scalfari les hizo en 1996 a dos monstruos de la escena italiana y europea, Vittorio Gassman y Marcello Mastroianni. En un momento de la conversación, Gassman analizó su oficio con sinceridad desarmante: «Le parecerá raro, pero un actor es como una caja vacía. Y cuanto más vacía, mejor. Un actor no tiene que ser especialmente culto, ni siquiera inteligente». Los divos recordaban como ejemplo el caso de la actriz napolitana Rina Morelli, musa de Visconti, siempre infalible en pantalla: «Era perfecta, finísima. Nunca un tono equivocado. Pero fuera del trabajo… ¡Era una cretina! Una caja vacía, como todos nosotros».
Bardem estaba fuera de lugar en el discurso de clausura de la marcha por el medio ambiente. No es un científico, ni un político vinculado al ecologismo, ni un filántropo de los que donan parte de su fortuna por el bien común. Tampoco nada en su vida particular parece ejemplarmente verde. Conduce haigas contaminantes, va de avión en avión y su mujer anuncia cruceros, que manchan los mares, y colonias, cuyos vaporizadores también son ahora pecado. Si los pilla Greta en un día chungo los corre a gorrazos hasta el Báltico
A Bardem se le calentó la boca en el púlpito y llamó «estúpido» al alcalde de Madrid por oponerse en su día a Madrid Central, invento carmeniano cuya bondad todavía no ha sido testada, pues aunque parece que en la zona protegida mejora el aire, empeora en las áreas circundantes (ayer el actor tuvo la elegancia de disculparse). Por su parte, Greta soltó una arenga antisistema: «La esperanza está aquí [en la calle]. Los políticos nos han traicionado». Incluso negó valía a la cumbre de eco-Sánchez. La joven profeta verde y el actor laureado mostraron su desprecio hacia las libertades ajenas. Lo que soltó Greta es totalitarismo de libro, al estilo del lacito amarillo. Las leyes y las formas regladas de participación deben ser arrolladas por el vaporoso sentir de la calle. Lo que hizo Bardem fue anteponer sus resabios sectarios a la libertad de las personas de albergar opiniones discrepantes. Si nos gobernasen el actor de magros estudios y la niña enfurruñada el mundo sería la jaula del pensamiento único.