El autor rechaza las críticas recibidas por Elvira Roca Barea y su exitoso libro ‘Imperiofobia y leyenda negra’, que atribuye a intereses ideológicos.
El libro Imperiofobia y leyenda negra, que va por la 30ª edición y continúa en el primer plano en las estanterías de las librerías españolas, es un libro que aborda un tema polémico, de alcance secular, siendo por ello más que previsible que suscite controversia a su paso, sobre todo tras lograr, contra todo pronóstico, un éxito comercial tan extraordinario.
En buena medida es un libro de combate, con un mensaje “cargado de beligerancia, conocimiento y ardor”, como anuncia Arcadi Espada en su prólogo, lo que no está reñido (no tiene por qué estarlo, y de hecho no lo está en este caso) con el rigor. Es más, de una obra que busca la confrontación antitética se exige mayor celo en el cuidado y precisión de las referencias porque, en buena medida, su objetivo está en señalar el descuido tendencioso de las obras con las que busca enfrentarse.
Precisamente la metodología negrolegendaria antiespañola, cuyo combate es la razón de ser de este libro, lo que hace es -según ya definió Julián Juderías en su momento- asentar una opinión, un (pre)juicio “hispanófobo”, en contra de la acción histórica de España, sobre la base de la omisión y la exageración tendenciosas de las fuentes, sesgando la relación de los acontecimientos históricos (por ejemplo, se omite el hecho de la expulsión de judíos de otras partes de Europa -de Inglaterra, de Francia, de Italia-, incluso con anterioridad a 1492, y se exageran las consecuencias de su expulsión de España, diciendo que la salida de Sefarad es el motivo de su ruina y atraso).
Pues bien, el libro de Roca Barea es ejemplar en esto, en líneas generales, fijando sobre sus quicios lo que la literatura negrolegendaria (sobre todo la propaganda protestante) ha desquiciado respecto al papel histórico de España.
La leyenda negra ha hecho de España una criatura teratológica, un monstruo despótico (el demonio del mediodía), a base de deformar caricaturescamente su figura histórica imperial, de tal modo que se trata ahora, por parte de Roca Barea, como hicieron otros desde el propio Quevedo (en su España defendida) hasta Juderías (quien consagra la noción de Leyenda Negra), de recuperar un retrato veraz, no deformado (esto es, verdaderamente histórico y no ideológico propagandístico), de esa figura imperial.
Ahora bien, esta labor historiográfica, que busca barrer la basura ideológica que aparece depositada en el campo de la historia (y la leyenda negra es basura de gran tonelaje), se ve obstaculizada muchas veces por intereses de todo tipo (intereses políticos, sobre todo, religiosos, literarios, de promoción profesional, o institucional, de narcisismo personal, etc.). Con esos intereses tiene que habérselas generalmente la historiografía, pero más, si se trata de un tema que polariza tanto como es el del imperio español (hay que tener en cuenta que muchos proyectos políticos actuales -el separatismo, destacadamente- se basan en la vigencia de la leyenda negra).
La obra de Roca Barea encuentra más objeciones por intereses ideológicos que crítica propiamente historiográfica
Así que, no es de extrañar, insistimos, que la obra de Roca Barea se encuentre con objeciones que responden más bien a dichos intereses ideológicos (espurios), y no tanto a objeciones, de buena fe, de crítica propiamente historiográfica. Naturalmente que la historiografía exige un rigor bibliográfico y archivístico, y también de interpretación, extraordinario, y puede haber deslices y omisiones producidas por la falta de erudición (es muy difícil agotar las fuentes) o, sencillamente, por el error en las consultas.
Distinto sería omitir (o exagerar) referencias para afianzar un prejuicio histórico, porque es entonces cuando nos encontramos ante propaganda ideológica que tiene la apariencia del relato histórico, pero no lo es (ganando el prejuicio de este modo, por la vía de la verosimilitud histórica, fuerza persuasiva). Y es que un relato falso es convincente cuando parece verdadero, de lo contrario no sería útil propagandísticamente.
Pues bien, la polémica que se ha desencadenado estos días, con ocasión de la publicación de un artículo de El País a propósito del libro de Roca Barea, lejos de venir motivada por razones historiográficas (aunque así ha sido en apariencia), responde más bien a una búsqueda (cargada de mala fe) del descrédito del libro de Roca Barea por motivaciones ideológicas que, de nuevo, caen de lleno en la leyenda negra.
El artículo, firmado por Patricia L. Blanco, recoge (más bien fusila) las objeciones, más ceñidas al terreno de la praxis historiográfica, que Edgar Straehle realizó en su momento, pero para darles un alcance ideológico, al hablar en El País de Roca Barea como “referente del pensamiento conservador español”, y que el propio Straehle no ofrece (más cauteloso en su planteamiento a la hora de diagnosticar el proceder de Roca Barea). El mensaje es claro, el gran referente actual del “pensamiento conservador español” (sic) es un libro que adolece de “citas imprecisas, tergiversadas y apócrifas”. Este es el titular, ciertamente amarillista.
Al poco, el académico de la lengua española Arturo Pérez-Reverte, en un artículo titulado Imperioapología y otros disparates, se hace eco de dicho mensaje para apuntalar el diagnóstico, insinuado por El País, diciendo que el argumentario de Roca Barea se ve favorecido por la “derecha política, necesitada de vitaminas para su anemia intelectual”, deslizando la idea, por la vía falaz del quid prodest, de que el aprecio de los libros de Barea se explica sólo por ese motivo, y no por su valor historiográfico, más bien nulo, según Reverte, al ser una obra muy cercana -insinúa de nuevo el creador de Alatriste– a la “conspiranoia” franquista (que fijaba en una conspiración urdida desde el exterior -judeo-masónica- la fuente de
todos nuestros males).
Se busca comprometer la obra de Roca Barea con el franquismo en un ‘totum revolutum’ para desacreditarla
Edgar Straehle, por cierto, en sus tres entregas dedicadas al libro de Barea (en El País sólo atienden a la primera), dedica la segunda a reseñar el libro- o más bien libelo- de José Luis Villacañas, titulado Imperiofilia y el populismo nacional-católico, y en donde este, cargado de juicios de valor descalificatorios, pretende, sin éxito (no hay parangón), dar la réplica a Imperiofobia y leyenda negra.
Según Villacañas, Roca Barea es una nietzscheana o pseudonietzscheana (no se aclara Villacañas en esto), adalid del nacionalcatolicismo (“Juana de Arco española”, la llama), dándole la impresión, llega a decir, de que Imperiofobia y leyenda negra es un libro legitimador del franquismo (pág. 209).
Villacañas, tan pretencioso en sus objetivos (quiere precavernos a los españoles de la “mala historia”) como insolente (con sus juicios de valor),y habiéndose tragado el relato negrolegendario, proyecta gratuitamente sobre Roca Barea la idea de que la autora anhela y quiere restaurar en España su negra identidad imperial (frente a reformistas, ilustrados, liberales), y ello sin menoscabo de la falsificación de la historia (una falsificación “españolista” , dice el catedrático, comparable a la falsificación “independentista” de la historia).
En fin, el panfleto de Villacañas es toda una pirueta de (mala) literatura, repitiendo los lugares comunes de la leyenda negra, para acabar descalificando a Roca Barea y tacharla de franquista (populismo nacional-católico).
Un diagnóstico que, desde luego, no hace justicia a la obra de Barea, pero tampoco al nacionalcatolicismo como ideología (ambos distorsionados al asimilarlos), y que busca, en ese totum revolutum, comprometer, sin más, a la obra de Barea con el franquismo para desacreditarla.
Villacañas, Villanueva y Pérez-Reverte creen que tras la idea de ‘imperio’ hay un déspota cruel y sanguinario
Lo mismo sucedió con la obra de Gustavo Bueno España frente a Europa. Allí también se reclamaba la idea de imperio por el significado que este tiene como idea clave de la historia universal e, igualmente, por ello se le tachó a Bueno, como ahora a Roca Barea, de mantener una visión franquista de la historia de España (más aún “del primer franquismo”, precisa Jesús Villanueva en su libro La Leyenda Negra).
Confunden estos autores, con interesada mala fe, la necesidad del análisis de la idea de imperio como fenómeno del campo histórico, que es lo que antes Bueno, como ahora Roca Barea, reclamaba, con el anhelo de una restauración actual de la España imperial; confunden la reivindicación historiográfica de la idea imperial, como fundamental para entender el transcurrir de los acontecimientos de la historia universal, con una reivindicación política, inexistente tanto en Bueno como en Roca Barea, del imperio en la actualidad. Una confusión, la que opera en Villacañas, Villanuevas y Pérez-Revertes, que se produce cuando detrás de la idea de imperio sólo se tiene la imagen de un déspota cruel y sanguinario, con sed de dominio, deseoso de rodearse de marionetas listas para la obediencia ciega e incondicional.
Como estos propagandistas no tienen otra visión del imperio, más que esta monocorde e infantil (maniquea) de un Sauron que quiere dominar sobre Mordor, concluyen que esta es la perspectiva “imperiófila” o “imperioapologética” de los libros de Bueno o de Barea. O sea, Franco, Franco, Franco.
Tengo delante el libro del jesuita Eleuterio Elorduy titulado La Idea de Imperio en el pensamiento español y de otros pueblos, publicado en 1944 (ed. Espasa Calpe, 500 páginas). He aquí -aquí sí se muestra- la idea nacionalcatólica de imperio en la que este se ve como un ideal, de vocación teológico política, que lanzó a los españoles a unir a la ecúmene, a unir a todos los hombres, bajo la norma evangélica cristiana, siendo la traición a ese ideal, según Elorduy, lo que terminó produciendo la decadencia de España como imperio, y la desorientación de su situación actual.
Lejos, muy lejos están, tanto el planteamiento de Roca Barea como el de Bueno, de estos presupuestos, completamente idealistas espiritualistas, que parten de la idea de un providencialismo divino que inspira, realmente, el dominio imperial de unos pueblos sobre otros. Y es que Dios no entra en los cálculos ni de Bueno ni de Roca Barea (no existe asomo de tal sentido providencialista de la historia), y ello los separa total y absolutamente del nacionalcatolicismo, por más que, con afán denigratorio, se busque asimilar ambas posiciones, y ello se haga por la vía tan facilona como falaz de la reductio ad Francum.
Pedro de Insua es profesor de filosofía. Su último libro es «El orbe a sus pies: Magalanes y Elcano: cuando la cosmografía española midió el mundo»(Ariel, 2019)