Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli

Se sabía desde horas antes que el discurso de esta Nochebuena iba a desprender contención y avisos muy medidos. Y así fue

El Rey volvió a hacer su trabajo. Encarna los valores democráticos y lo demuestra cada día. Es un Rey liberal, un patriota constitucional, que hubiera venido muy bien tenerlo a mano desde la primera vez que los ciudadanos fueron proclamados en España como tales, iguales en derechos y obligaciones, en la Constitución de 1812. El Rey defiende los valores de la ley, no un sentimiento basado en razas, etnias o lenguas. Se sabía desde horas antes que el discurso de esta Nochebuena iba a desprender contención y avisos muy medidos. Y así fue. No toca cada 24 de diciembre salir a parar un golpe al Estado como el que se acababa de perpetrar en Cataluña, septiembre-octubre de 2017, por parte de los dirigentes autonómicos.

Felipe VI no hizo ni el discurso del Gobierno ni mucho menos el de Vox tal y como torticeramente sueltan los supremacistas y sus aliados en el derribo de la Constitución de 1978. Con aplomo, pero dejando claro que está en su papel, cayó la frase como un aviso a los navegantes de este tiempo de inestabilidad y zozobra que nos se nos echa encima: “No debemos caer en los extremos, ni en una autocomplacencia que silencie nuestras carencias o errores, ni en una autocrítica destructiva que niegue el gran patrimonio cívico, social y político acumulado”.

En el punto medio está la virtud democrática. El inmovilismo pudre la estructura en el largo plazo pero la revolución se la carga en un minuto. La democracia española no se queda quieta y progresa con unas instituciones que aguantan dirigentes que el paso del tiempo coloca en su sitio, en algunos casos con pena de prisión incluida. Por eso el peligro, ahora mismo, es uno de los extremos de los que nos alerta el Jefe del Estado. La autodestrucción que un tercio del Parlamento promueve del sistema constitucional del 78 se llevaría por delante al Rey creando un escenario de crisis de la noche a la mañana. Algo impensable para los padres fundadores de la democracia del 78 tras cerrar con audacia una larga etapa de tragedia y enfrentamiento.

Los que esperaban un discurso contundente del Rey deberán esperar más tiempo. No puede repetir lo del 3 de octubre cada Nochebuena

¿Qué nos pasa? ¿En qué rincón de este trozo del continente europeo nace esa pulsión capaz de destruir las mejores obras en un abrir y cerrar de ojos? El siglo XIX es un colapso político lleno de alteraciones y vaivenes enloquecedores. Un preludio de un siglo XX que hasta su último cuarto no encuentra el arreglo. En eso estamos ahora, camino de la tercera década del XXI mirando de reojo episodios pasados. La solución del 78 se basaba en la lealtad de todos. Tras superar el terrorismo supremacista de ETA, pagando un alto coste en vidas, la democracia del 78 se ve sacudida ahora por el nacional-populismo que se envuelve en las banderas formando un engendro muy peligroso. La unión de intereses entre los populismos de distinto signo se van a encontrar dentro y alrededor del Gobierno de España. ¿Se puede llamar progresista a un Gobierno que se apoya en un nacionalismo etno-lingüístico que segrega a la población señalando a los otros si no llevan un lazo amarillo?

El Rey recordó los valores con los que se construye pero también recordó los muros que se tuvieron que derribar: intolerancia, rencor e incomprensión. No existe en la historia de España un acuerdo mejor que el del 78. El separatismo vasco y catalán ha jugado con malas intenciones desde el principio. De unas maneras o de otras han ido socavando los cimientos para hacer tambalear el sistema. Los que esperaban un discurso contundente del Rey deberán esperar más tiempo. No puede repetir lo del 3 de octubre cada Nochebuena. Eso no quiere decir que llegue un día en el que lo tenga que volver a hacer. Entonces algo mucho peor habrá ocurrido.