Isabel San Sebastián-ABC

  • La oposición no puede avalar la maniobra de Podemos para establecer un régimen totalitario

Llegados a este punto de la catástrofe, con más de nueve mil fallecidos y cien mil contagiados oficiales, que en realidad deben de ser entre cinco y diez veces más, callar es hacerse cómplice de la negligencia de este Gobierno. Avalar su desastrosa gestión. Participar en la maniobra asquerosa con la que pretende aprovechar esta pandemia para llevar a cabo el proyecto totalitario de Podemos, cuyo fin último es convertir España en una réplica de Venezuela o Cuba donde ellos puedan perpetuarse a costa de nuestra miseria. Callar es contribuir a que la tragedia sanitaria derive en una hecatombe económica. Ni PP, ni Ciudadanos, ni Vox o cualquier otro partido serio pueden invocar la lealtad o la responsabilidad para seguir

respaldando en el Congreso las medidas contraproducentes que está tomando el Ejecutivo. A estas alturas del caos, lo único sensato que puede hacer la oposición es plantar cara unida, aunque solo sea para devolver la esperanza a una ciudadanía que se siente huérfana cuando más necesita un liderazgo fiable y sólido.

¿Alguien se imagina lo que estarían haciendo y diciendo ahora mismo los gobernantes que piden adhesión, si quien estuviera al mando de esta crisis fuese Pablo Casado? Miren la repugnante campaña lanzada contra Díaz Ayuso y la Comunidad de Madrid por RTVE y otras televisiones afines; multipliquen por cien mil el escándalo que formaron con motivo del ébola, y se acercarán al acoso que estaría sufriendo un dirigente popular. La actitud del PP, Ciudadanos y Vox ha sido hasta la fecha ejemplarmente democrática e infinitamente paciente, pero ¡basta ya!. A partir de este momento, callar es otorgar y esta banda de incompetentes trufada de infiltrados con intenciones aviesas no merece otra cosa que rechazo. Rechazo y coraje para hacerle frente con todas las herramientas que pone en nuestra mano el Estado de Derecho, antes de que se valgan del inmenso poder que han acumulado para destruir las libertades que todavía nos amparan.

La sintomatología que muestra el sistema social y político no es menos alarmante que la provocada por el virus asesino en los enfermos. Si todo sigue como hasta ahora, de aquí a pocas semanas millones de autónomos abandonados a su suerte no tendrán qué llevarse a la boca, otros tantos trabajadores se habrán ido al paro ante el cierre de sus empresas, abocadas al cerrojazo por la paralización de la producción sumada a la prohibición de despedir, y no habrá dinero con el que cubrir los efectos de semejante desplome generalizado. Quienes hayan sobrevivido al Covid-19, pese a la incapacidad del Ministerio de Sanidad para proporcionar el material sanitario y las pruebas diagnósticas indispensables en el empeño de frenar su avance, se encontrarán con un escenario de película de terror, propicio al establecimiento de un régimen dictatorial como el que sueña Pablo Iglesias desde que jugaba a ser Lenin en la Facultad de Ciencias Políticas. Nunca lo ha tenido tan al alcance de la mano como ahora, cuando un Pedro Sánchez impotente cede a sus exigencias en lugar de hacer lo que haría cualquier persona dotada de un mínimo sentido común: llamar a la oposición, formar un gran gobierno de concentración nacional, solicitar la colaboración de los mejores expertos en cada materia (por ejemplo, la de Amancio Ortega en todo lo relativo a la logística y las compras de productos en China) y buscar todos juntos soluciones en lugar de señalar culpables allende nuestras fronteras o establecer la censura en sus comparecencias ante los medios. No lo hará voluntariamente. Es demasiado soberbio y demasiado débil. Por eso es preciso obligarle, retirándole cualquier apoyo.