Basura ideológica

EL MUNDO – 06/10/15 – ARCADI ESPADA

· Un John Tierney escribió el domingo una columna memorable en el Times. Bien es verdad que trataba sobre una de las ceremonias de la vida cotidiana que no soporto, que es la del reciclaje de la basura doméstica. Como ya han hecho otros, Tierney exponía una serie de hechos que hacen del reciclaje una práctica inútil e insostenible. Pero la crema de la leche estaba en este párrafo: «El reciclaje hace que la gente se sienta virtuosa, especialmente las personas pudientes que se sienten culpables por la enorme huella ambiental que dejan.

Es menos una actividad ética que un ritual religioso, como los practicados por los católicos para obtener la indulgencia por sus pecados. Los rituales religiosos no necesitan justificación práctica para los creyentes, que los realizan de manera voluntaria. Pero muchos recicladores quieren algo más que libertad para practicar su religión. Ellos quieren que estos rituales sean también obligatorios para los demás, con fuertes multas para los pecadores que no clasifiquen de la manera adecuada». Religión, exactamente. Yo lo veo claramente cuando me mandan salir de casa con cinco bolsas en cada mano e instrucciones detalladas: en cuanto salgo a la calle tiro la carga en el primer contenedor con el que me cruce, salivando la henchida satisfacción del pecador.

La farsa del reciclaje es una de tantas ideada por la izquierda, y que corresponde a la deliberada ignorancia de lo real que es su vicio. A falta de cualquier otro anclaje la ignorancia de lo real se convierte rápidamente en religión. La izquierda llora como una mujer lo que no sabe defender como un hombre, sea el reciclaje, la desigualdad humana o el nacionalismo, y así no solo se hace cómplice sino principal protagonista de las ficciones políticas. El misterio, sin embargo, es lo que hace la derecha. La derecha gallea con frecuencia sobre su apego a lo real y su recelo ante las construcciones ideológicas. Pero a la hora de la verdad se instala con más o menos comodidad en las narrativas que le surte el genio ficcional de las izquierdas, rojiverdes e incluso rojigualdas. Lo demuestra el reciclaje: es cierto que sólo los ayuntamientos de Bildu lo convirtieron en una cadena perpetua con amenaza de silla eléctrica, pero aún se espera de un ayuntamiento de derechas que mezcle la basura, no por pecado, sino por virtud; no subrepticia y avergonzadamente, sino con el infalible orgullo de lo real.

Pero me doy cuenta a veces de que patrocino una derecha de izquierdas, mi ficción.