Editorial-El Correo

  • El despliegue militar contra las protestas por las redadas de migrantes refleja la deriva autoritaria de Trump con las autoridades demócratas

El desmedido despliegue militar ordenado por Donald Trump para acallar las protestas en Los Ángeles amenaza con echar más gasolina al fuego desatado en las calles por las redadas de inmigrantes. Trump se ha volcado en aplacar el primer conato serio de rebelión a sus políticas dentro de Estados Unidos. Él lo llama peligro de «insurrección» y para neutralizarlo ha decidido una movilización sin precedentes en la Guardia Nacional, con 4.000 soldados desplegados a los que se han unido 700 marines. Es una demostración de fuerza en un momento de debilidad de su mandato después de su traumática ruptura con Elon Musk y de que los esfuerzos para inclinar el tablero internacional a su favor no hayan logrado el resultado esperado. Tanto en la guerra arancelaria como por el fracaso de su plan pacificador en Ucrania y Gaza.

La deriva autoritaria del presidente de EE UU también se refleja en un ataque directo a las autoridades demócratas que lideran California, el estado más poblado del país, con una obsesión particular por el gobernador, Gavin Newsom. Trump bordea todas las líneas rojas por haberse saltado la cadena de mando al decretar el desembarco militar sin que previamente lo solicitase Newsom. Ha invocado para hacerlo la amenaza de una «invasión» extranjera contra el Gobierno de Estados Unidos. Una medida aparentemente desproporcionada que la fiscalía y el propio gobernador denuncian que «pisotea» la soberanía del estado. El líder demócrata de California, todo un referente entre sus deprimidas filas, ha plantado cara a las insinuaciones de detención planteadas por el presidente republicano, en un pulso que empezó a cocerse en los trágicos incendios de enero en Los Ángeles.

Las «provocaciones» de Trump a Newsom no deben ocultar el riesgo de que las protestas se agudicen con consecuencias imprevisibles si persiste el enconamiento en la calle. Las reivindicaciones pacíficas se han visto sacudidas por injustificables saqueos de comercios, disturbios y problemas de orden público, mientras las fuerzas de seguridad desplegadas por la Casa Blanca usan proyectiles de goma, granadas aturdidoras y bombas lacrimógenas para sofocarlos. Las manifestaciones se extienden a otros bastiones demócratas como San Francisco y Nueva York como un reguero de pólvora. Pese a la creciente indignación que despierta la gestión de Trump en el país, no debería desembocar en los temidos estallidos sociales que solo sirven para agravar la lista de víctimas.