IGNACIO CAMACHO, ABC – 30/01/15
· El peor escenario de un país es la incertidumbre. La sociedad griega hace tiempo que vive sin otra certeza que su descalabro.
Espasmos de desconcierto en Grecia. Los griegos votaron el domingo a Podemos –perdón, a Syriza– y el miércoles se lanzaron a retirar depósitos bancarios por miedo a un corralito al modo chipriota. No eran los mismos, claro, pero esos movimientos revelan la convulsión y el vértigo de una sociedad dividida, muy lejos del aparente entusiasmo colectivo por el giro radical de la política. Syriza sacó dos millones largos de votos sobre un total de seis, con una abstención por encima del 35 por ciento, y se ha beneficiado de la prima de cincuenta escaños que el sistema electoral de la «casta» otorga allí al ganador para reforzar la estabilidad. Su triunfo democrático es impecable pero su mayoría social es sólo relativa.
El peor escenario para un país es la incertidumbre. La sociedad griega hace tiempo que vive sin otra certeza que su descalabro, y ahora se asoma a la posibilidad añadida de un salto al vacío. Los ganadores de las elecciones han fabricado un enemigo exterior –la Troika, Alemania, los mercados– con el que aglutinar la frustración y la desesperanza. Es la técnica del populismo, que inventa sujetos políticos propios y ajenos para crecer en esa confrontación fantasmagórica. Buenos (nosotros) y malos (ellos). La dualidad resulta exculpatoria de las propias responsabilidades, y funciona porque ningún griego admitirá jamás la suya. La de una nación de baja productividad, sin catastro, sin estructura fiscal moderna, uncida durante años a un tren de vida que alimentaba el combustible trucado de las subvenciones derramadas por ese malvado Leviatán europeo.
La del millón de funcionarios, casi uno por cada diez habitantes. La de las pensiones a los muertos. La de pagar a empleados públicos, médicos, profesores, policías, coimas cotidianas por prestar sus servicios. La del dopaje financiero. La de haberse beneficiado de una larga estafa en la general creencia de que las deudas gigantes comprometen tanto al deudor como al prestamista.
Esa sigue siendo la estrategia de fondo de Tsipras: convertir el inmenso débito en un arma reversible contra los acreedores bajo la amenaza de impago. En ese pulso, de naturaleza política, van a tomar de rehenes a los propios ciudadanos, cuya inquietud ha comenzado a manifestarse en sacudidas de pánico. El domingo, tras el recuento de votos, los partidarios de Syriza entonaban en las plazas el «Bella Ciao», una vieja canción partisana.
Utopía de épica rebelde, mitología de resistencia guerrillera a invasores extraños. Quizá no vayan a tardar los griegos en comprobar que en la globalidad posmoderna los esquemas no son tan simples. Que el límite entre socios y adversarios es borroso y lábil. Que los presuntos mesías pueden comenzar la redención por atarles las manos. Y que al entregar su suerte a los partisanos pueden quedar ellos mismos expuestos a los daños colaterales del fuego cruzado.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 30/01/15