Poco imaginaba Consuelito Velázquez, compositora y pianista mexicana, que su canción “Bésame mucho” iba a mover tantos alfiles de polémica. Bien, no ese tema tan popular – lo cantaron incluso Los Beatles – sino lo que representa el beso. Porque besar, ¡ah, amigo!, es la nueva manzana de Adán incitadora del pecado y no se le puede pedir a nadie así, de sopetón, que te bese mucho porque se te cae el artesonado encima. Habrá que modificar la letra y, en lugar de decir “Bésame mucho como si fuera esta noche la última vez, bésame, bésame mucho, que tengo miedo a perderte, perderte después”, lo políticamente correcto será “Bésame consensuadamente, sin intenciones lascivas y con consentimiento por ambas partes, bésame con la moderación e intensidad oportunas y ya puedes tener miedo de lo que te va a pasar después como vaya a los medios y diga que ese beso no era oportuno”. La letra, como comprobarán, es larga, farragosa, cansina e hipócrita. Y digo hipócrita porque a diario se ven besos y achuchones en política – y me refiero a la izquierda – que harían sonrojarse a Emmanuelle por lo desabrochado de los mismos. Ahora bien, se conoce que los besos son como la risa, van por barrios, y no es lo mismo que una vicepresidenta te coja la cara con ambas manos o te haga una doble Nelson para estamparte dos manchas de carmín en los mofletes que lo de Rubiales. Que me parecen dos actitudes exactamente igual de zafias, groseras, vulgares y fuera de tono. Uno puede abrazarse con eso que se llama “abrazo apretao” a una amistad, a un familiar, a una tía segunda que te ha dejado su casa de Sigüenza, pero qué necesidad hay de ir por ahí oprimiendo intercostales y juntando cachete con cachete y pechito con pechito.
El caso Rubiales, independientemente de que es una magnífica demostración de cómo el Gobierno emplea la tinta del calamar mediático, ha sido un grosero mesándose la genitalia junto a la Reina y arreándose picotazos con quienes lo tienen de máximo jefe. Añadamos el lastre de soupçons en otros asuntos que arrastra el caballero. Advierto esto porque nadie crea que defiendo el machismo y bla bla bla. Lo que me parece de fuera de concurso es que ninguna, ¡ninguna!, de esas feministas de cargo y sueldazo dijera nada cuando Pablo Iglesias mandaba callar a Irene Montero con un imperioso gesto – hay imágenes – o cuando se le acusó de decirle a una alumna que iba a refrescarse al lavabo o cuando se deleitaba diciendo que azotaría hasta hacer sangrar a Mariló Montero. Nadie de esa selecta agrupación de vendedoras de humo puso el grito en el cielo cuando grabaron a Echenique cantando “Chúpame la minga, dominga, que vengo de Francia”, nadie de estas ha defendido jamás como mujer a Cifuentes, Cayetana, Ayuso, Arrimadas y muchas otras cuando han sido víctimas de insultos soeces, escraches machistas e infamias propias de bestias. Su reacción ante cualquier sucedido es mirar si quien protagoniza la barbaridad es de los suyos o no. Si lo es, calladitas; si no lo es, a enseñar las mamas, que es cosa milagrera.
El caso Rubiales, independientemente de que es una magnífica demostración de cómo el Gobierno emplea la tinta del calamar mediático, ha sido un grosero mesándose la genitalia junto a la Reina y arreándose picotazos con quienes lo tienen de máximo jefe
Tienen la misma moral que aquellas señoras de negro que en la parroquia ponían de chupa de dómine a la hija de tal porque la habían visto besuqueándose con el cartero o a la viuda de cual porque había recibido en su casa al cobrador de la luz. Todo es pecado, todo es sucio, todo es malo siempre que no les afecte a ellas. Entonces, la oscuridad truécase en poderosísima luz y ya está todo explicado. Así que, si ustedes no pertenecen a esa nueva secta bienpensante, besen, pero besen poco y consentidamente. Y hagan papeles, como si se tratase de una hipoteca, ya saben, avalistas, capital, nómina, certificado de penales y si llevan una recomendación del jefe de Podemos de su barrio, mejor todavía. Que eso de besar a tontas y a locas es mal asunto. O a locas y a tontas, que da lo mismo.