DANIEL REBOREDO-EL CORREO

  • La guerra tiene responsables, en plural, y deberían pagar por ello

Recientemente fuerzas terrestres bielorrusas realizaron ejercicios y maniobras militares, según la inteligencia británica, a la par que el ejército ruso intensificaba sus ataques en distintos puntos de la cuenca del Donetsk o Donbás, denominación abreviada por sus siglas en alfabeto cirílico. Al ser algo habitual en esta época del año, parece que no supone una amenaza para Ucrania y sus aliados, aunque tal y como están las cosas cualquier sorpresa es posible. Aleksandr Lukashenko visitó Rusia a mediados de abril y se reunió con Vladímir Putin en el cosmódromo de Vostochny, base espacial situada en Siberia, ofreciéndose, con la aquiescencia rusa, a ser uno de los garantes de la seguridad de Ucrania.

Episodios como estos hacen que nos preguntarnos sobre cuál es el papel de Bielorrusia en la invasión de Ucrania y si actúa de alguna manera como retaguardia rusa. La respuesta es un sí rotundo, aunque Lukashenko finja que su país no tiene ningún papel en la invasión. Su respaldo a Moscú desmiente su postura. Recordemos que a finales de noviembre de 2021 anunció públicamente que se pondría del lado de Rusia en caso de una guerra con Ucrania, algo lógico después de que, tras las presidenciales de 2020 y sus sangrientas secuelas, el régimen viera cuestionada su legitimidad y se incrementara su aislamiento de Occidente. El equilibrio en el que se había movido hasta entonces se rompió y buscó, cada vez más, el apoyo de Putin, a la par que utilizó dicho aislamiento como distracción de la crítica interna y de las protestas ciudadanas. Así consolidó su imagen pública aun a riesgo de transferir parte de su soberanía a Rusia.

Cuando en la mañana del 24 de febrero de 2022 las tropas rusas comenzaron a invadir Ucrania, también desde Bielorrusia, este país adquirió el status de «territorio de apoyo y operaciones» para los rusos, ya que les dio la ventaja de atacarla desde sus fronteras. Su eterna promesa de que nunca ocurriría esto se la llevó el viento y Bielorrusia se convirtió en una puerta para el ataque aéreo y terrestre y un lugar donde atender a los soldados rusos heridos en el frente (región de Gómel). Bielorrusia se convertía de esta forma en país agresor de acuerdo con la Resolución 3314 de la Asamblea General de las Naciones Unidas (14 de diciembre de 1974), que se configuró como recomendación no vinculante para el Consejo de Seguridad.

El artículo 3 de la misma, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 2, define como agresión actos tales como invasiones armadas o ataques, bombardeos, bloqueos, violaciones armadas del territorio, permitiendo a otros Estados utilizar el territorio de uno mismo para perpetrar actos de agresión y el empleo de irregulares o mercenarios armados para llevar a cabo actos de agresión.

A Lukashenko le encanta teatralizar todas sus actuaciones; apoya cualquier acción de Putin, al menos hasta el momento; sigue culpando a los líderes ucranianos de la guerra; finge sorprenderse de que se considere a su país como parte de la agresión y, a la par, se sigue presentando como un mensajero de la paz que intenta evitar que la gente muera. Claro que no debemos olvidar que se encuentra en una compleja situación que oscila entre su apoyo a una guerra de grandes dimensiones y ser considerado un traidor por Putin. Difícil dilema que trata de enmascarar mediante una potente maquinaria de propaganda y control de la sociedad bielorrusa a la que transmite hasta la saciedad el lema ‘nunca una guerra’.

Sabedor de que la gran mayoría de sus ciudadanos se oponen a su participación en la misma, intenta evitar un riesgo innecesario que puede fracturar el régimen y hacerlo desaparecer. Por eso nunca aceptará que se le considere agresor o participante de la invasión rusa de Ucrania. El país pierde soberanía e independencia bajo el paraguas ruso, como pone de manifiesto la constante referencia del líder bielorruso a las directrices del Kremlin cada vez que opina sobre la situación ucraniana. Su régimen depende totalmente de Rusia y no seguir sus líneas argumentales, directivas e instrucciones significaría perder su apoyo y el principio del fin del régimen. Ambos personajes están ya unidos perpetuamente. Cuanto más se involucra Bielorrusia en una agresión que mata a civiles ucranianos y destruye casas e infraestructuras, más se acercan Lukashenko y Putin; más duras serán las consecuencias que el conflicto generará en el país y la posibilidad de que se cuestione su propia existencia como Estado independiente crecerá exponencialmente.

La guerra nunca debería haberse producido, aunque estuviese anunciada desde hace mucho tiempo, puesto que solo ha traído, como todas las guerras, destrucción y muerte. Tiene responsables, en plural, y cada uno de ellos, en su justa medida, tendría que pagar por ello. Puede concluir cuestionando la existencia de más de un Estado nación europeo, no solo de Bielorrusia.