DAVID GISTAU, ABC 17/08/13
· El independentismo catalán ha empezado a pleitear por los bienes gananciales acumulados durante medio milenio de convivencia.
Las hilarantes teorías históricas expuestas por un cierto Bilbeny, de quien ruego se me haga saber en qué número tramita las contrataciones para amenizar fiestas, me hacen pensar que, presumiendo cercana la fase de divorcio, el independentismo catalán ha empezado a pleitear por los bienes gananciales acumulados durante medio milenio de convivencia. Para mí, Colón, Cervantes y el Mundial de fútbol. Quédate tú con la Inquisición, el franquismo, Casas Viejas, las suecas de Landa y el dolor noventayochista.
Debe aliviarnos la imposibilidad de desplazar grandes estructuras físicas. De lo contrario, en esa construcción de un pasado rutilante, planificada como la de un parque temático de intangibles, el independentismo catalán bien podría llegar a apropiarse hasta del románico palentino. Por si acaso, pónganme un candado a la iglesia de San Martín de Tours, en Frómista, que próximamente haré parada para un refrigerio en la villa y no querría encontrarme con que se la han llevado.
Estas ficciones anti-históricas subvencionadas por la Generalitat, que sólo pueden prosperar en aquellos cerebros donde no haya conocimientos previos con los que colisionar, exponen sin embargo un lado enternecedor: contienen la admisión inconfesable de una gigantesca pérdida cultural. Es decir, el negacionismo acerca de una identidad común y el afán casi rabioso de ruptura significan que la parte independentista de Cataluña está intentando por todos los medios no ser el país que escribió el Quijote, no ser el país que aportó a la historia universal acontecimientos tan impresionantes como la apertura de las rutas hacia América, la constante Anábasis de los Conquistadores, el descubrimiento de ríos y de océanos, y la fundación de ciudades cuyos nombres remiten a pequeñas villas del pedregal español. Antes que dejar de pertenecer a semejante impronta, el independentismo se ampara en delirantes coartadas científicas para practicar la apropiación indebida de pasado. De forma que, en su escapada hacia la independencia, a esa Cataluña le sonarán los detectores anti-hurto, como en los centros comerciales, y en el cacheo aparecerán las tres carabelas y un jinete de triste figura, eso de entrada. Y ojalá que a Junqueras no le quepa debajo de la chaqueta la iglesia de San Martín de Tours, en Frómista, porque no sé si les he dicho ya que vamos a pasar por allí, para que estire las piernas la chiquillería, mientras volvemos de la Montaña.
Se me ocurre también que, con estos amaños históricos concebidos para compensar la liviandad de una memoria propia, el proyecto de la Cataluña libre no es en realidad sino una idealización de la mejor España posible según los parámetros de la corrección política. Algo así como el gran museo británico pensado por Julian Barnes en «Inglaterra, Inglaterra». Los historiadores de la Generalitat no tienen ningún interés en catalanizar las penumbras de nuestra historia, tales como la expulsión de los judíos, que quedará en el marcador de los pérfidos castellanos. Por lo que terminarán destilando una síntesis perfecta, pero con sesgo progresista, de cuanto se hizo bien durante quinientos años. Luego someterán los nombres a metamorfosis para demostrar que todos los grandes personajes de España fueron en realidad canteranos de la Masía. Sospecho que no tienen ningún interés en quedarse con el duque de Alba. Ni con Pizarro. Ni con Belmonte. Ni con Sabino el de a mí el pelotón. A Fernando VII se lo podríamos enviar nosotros, a ver si cuela y se lo quedan.
DAVID GISTAU, ABC 17/08/13