Bilbao, la ciudad que volvió a vivir

Bonita visión de la ciudad que a pesar de sus problemas ha sabido mantener una locomotora hacia el progreso, la modernización y la vida amable.

Cuando el viajero sale del Metro de Bilbao, una construcción futurista creada por el arquitecto Norman Foster en la década de 1990, se ve de pronto en la Plaza Unamuno –en pleno Casco Viejo– y tendrá que decidir si sube o no los 213 escalones de la Calzada de Mallona que van hacia la basílica de la Virgen de Begoña, patrona de Vizcaya. Un bilbaíno muy cortés le dice al viajero que, a cien metros de la plaza, en la calle Ronda, está la casa natal del “vasco más universal de todos” con una placa que lo recuerda y no mucho más, “es que, se sabe, todo lo de este filósofo quedó en Salamanca”.

Es así, pero Bilbao, capital financiera del País Vasco, combina bien el pasado y el futuro. Después de todo, acá se criaron personalidades poco convencionales, como el cineasta Alex de la Iglesia y el sacerdote “general” de los jesuitas, Pedro Arrupe. Acá un “chiquito” no es un niño, es un vaso pequeño, útil para beber un buen vino “chacolí”. Aquí la “Semana Grande de Bilbao”, esa gran fiesta popular que se hace en agosto –donde se quema a la muñeca Marijaia y desfilan las comparsas, los pregoneros, las obras teatrales y las corridas de toros– convive con el rock del Bilbao Live, el Bilbao Ars Sacrum –dedicado a la música sacra– o las muestras de arte contemporáneo en el Museo Guggenheim y el festival de cine, el Zinebi.

Bilbao es el paraíso del “bacalao al pil pil”, los chipirones, la merluza en salsa verde. Ante la Plaza Unamuno está el Museo Vasco –junto a la iglesia barroca de los Santos Juanes– que cuenta todo esto.

El bocho y el Golfo.

La ciudad tiene un apodo, “el bocho” (“el hoyo”), por dos montes: el Pagasarri al sur, el Artxanda, al norte.

Hay que imaginar una ciudad de casi medio millón de habitantes, una ciudad en forma de “y”, extendida casi hasta el Golfo de Vizcaya –ahí está hoy el puerto– a pocos kilómetros. Una ciudad con ocho distritos repartidos a ambos lados de la famosa “ría de Bilbao”, nacida de la unión de los ríos Ibaizábal y Nervión.

Todo eso empezó hace siete siglos, cuando don Diego López de Haro fundó la ciudad alrededor de tres calles –Artekale, Somera y Tendería– defendidas por una muralla que llegaba hasta la actual calle de Ronda. Bilbao era un pueblo de pescadores, un paso en el Camino de Santiago. Pero desde la creación del Consulado de Bilbao en 1511, el puerto –ubicado antiguamente cerca del Puente del Arenal– lo cambió todo. Por Bilbao salían las lanas de Castilla, las espadas de Toledo y el mineral de hierro de los montes de Vizcaya. Aquellas cuatro calles originales se transformaron en las Siete Calles que hoy recorren los turistas en el Casco Viejo, en busca de restaurantes y negocios de antigüedades.

Con la Revolución Industrial del siglo XIX la ciudad creció hacia los distritos vecinos, por caso, Abando, Ibaiondo, Rekalde, Begoña, Uribarri o Deusto, sede de la famosa Universidad de Deusto. Las tropas de Napoleón Bonaparte soñaron con anexar Bilbao, escenario de las Guerras Carlistas entre liberales y conservadores.

A pesar de las guerras, la ciudad se pobló de fundiciones siderúrgicas y astilleros, de teatros monumentales –como el Arriaga o el Campos Elíseos– además de grandes sedes bancarias. Y estaciones ferroviarias: las terminales de Abando y Concordia hoy son edificios patrimoniales. Hasta nació un balneario, Portugalete, sobre las playas del Mar Cantábrico. Varios escritores, entre ellos Pío Baroja y Benito Pérez Galdós, narraron estos cambios.

Renacimiento lluvioso y cultural.

Algo muy típico de Bilbao es esa fina llovizna, una garúa que acá llaman “sirimiri”. Cuentan que el renacimiento de Bilbao desde la década del 90 tuvo mucho que ver con el “sirimiri”, porque en agosto de 1983 durante las típicas fiestas de la “Semana Grande”, las lluvias provocaron el desborde de la ría: creció cinco metros e inundó muchos barrios. Fue entonces que Bilbao, con los astilleros y las fundiciones en crisis porque en Asia se hacían barcos más económicos, decidió reinventarse. Por caso, donde estaban los Altos Hornos de Vizcaya –en Barakaldo– hoy funciona la Feria de Exposiciones de Bilbao.

Alrededor de la ría, nacieron las plazas. Llegó el Museo Guggenheim diseñado por Frank Gehry, el Palacio Euskalduna, el puente blanco –el Zubizuri– del arquitecto Santiago Calatrava, además del subte –el Metro diseñado por Foster– y el moderno tranvía Eusko Tran, las torres Isozaki, la nueva torre Iberdrola que está terminando el argentino César Pelli. No falta quien asegura haber visto ya cangrejos y lenguados en las aguas de la ría, pero, se sabe, los bilbaínos a veces exageran.

Todo en Bilbao, desde los nombres de las callecitas medievales del Casco Viejo hasta el imponente hotel Carlton –ubicado ante la céntrica Plaza Moyúa, fue sede del primer gobierno vasco en 1937 durante la Guerra Civil Española– todo, en fin, habla de la agitada historia local.
La avenida principal de la ciudad, Diego López de Haro, es un paseo obligado para ver buena arquitectura y hacer compras. Pero también hay que ir con el subte hasta la estación San Mamés, para ver otra “catedral”. Se trata del estadio de fútbol del Athletic Club de Bilbao, que nació en 1898 y es el eterno rival del Real Madrid y el Barcelona.

http://www.clarin.com/viajes/titulo_0_321567860.html

Eduardo Pogoriles, Clarín (Argentina), 21/8/2010