El acuerdo de EH Bildu con el Gobierno Sánchez para que Álava, Bizkaia, Gipuzkoa y Navarra gestionen los futuros impuestos a la banca y a las eléctricas sobre sus beneficios extraordinarios empalideció la oportunidad que el Ejecutivo Urkullu tuvo esta semana de renovar la Ley del Cupo y de incorporar a las haciendas forales la administración de gravámenes sobre envases de plástico no reutilizables y sobre otros residuos. Una extraña maniobra cuando los socialistas presiden Navarra, y participan en el gobierno de todas las instituciones vascas como segundos del PNV.
La tramitación de los Presupuestos Generales está dando lugar a decisiones en la política de alianzas de Pedro Sánchez que no parecen obligadas ni en cuanto a su fondo ni en cuanto a su forma. ERC y EH Bildu no podían desapegarse del Gobierno central como para acabar votando en contra en el examen final de las Cuentas para 2023. El presidente cree manejar una palanca para remover los cimientos del bloque de su investidura hacia no se sabe qué.
EH Bildu convocó una manifestación que resultó exitosa el sábado 12 de noviembre con el lema ‘¡Abante! La imparable ola vasca’, advirtiendo que sus propósitos van mucho más allá de surfear las dificultades sociales y económicas del momento. La izquierda abertzale recurre a reclamar cambios y transformaciones «estructurales» sin precisar en qué consistirían. Porque lo que le importa es la presunción de que su reino no es de este mundo. De que hay una utopía que mueve a la clase media y trabajadora de Euskal Herria de la que es depositaria.
El final de ETA fue asistido por quienes consideraban que era mejor que acabase ordenadamente. No es casual que la institucionalización de la izquierda abertzale se haya producido en Madrid y Pamplona para así cercar el dominio jeltzale. Sánchez y Chivite habrían propiciado que EH Bildu nos descubriera las vías de lo posible, mientras que Urkullu continúa encarnando a ese aliado imposible que solo cabe batir. El hegemonismo del PNV ha generado infinidad de rechazos desde que en la Transición se hiciera con la representación exclusiva de la voluntad política de los vascos. El alma más antijeltzale de la izquierda abertzale tienta a los socialistas, mientras hace propia la búsqueda del cielo que ensayaron los de Podemos.
Pero nada de eso hubiese pasado si la fórmula EH Bildu no hubiera propiciado la redención que facilita votar por la izquierda abertzale e incluso apuntarse a sus candidaturas. De miles de vascos y de navarros necesitados de reconciliarse con aquellos hacia los que mostraron serias prevenciones a causa de la violencia etarra. Tanto que el propio voto ciudadano se convierte en un acto de redención. Como lo es cada voto que EH Bildu emite para apuntalar ‘gobiernos de progreso’, de los que el de Urkullu queda excluido. No es solo una estratagema política. Se trata de algo más complejo. El proceso por el que los victimarios se reconocen en una suerte de inocencia originaria y genuina que acaba redimiéndonos a todos. Al PNV le será cada vez más difícil recordarles su pasado.