- Que Otegi sea leal con ETA era previsible: que tengamos un presidente que lo suscribe ya es una indecente anomalía
Óscar Puente, que comparte con Patxi López el papel de Luca Brasi en la soez secuela sanchista de El Padrino, ha fijado el relato que ya siguen todos los forofos de Sánchez, unos por convicción indigente, otros por mero sectarismo y alguno más a cambio del correspondiente estipendio.
«Bildu tiene derecho a la vida política como el que más», ha dicho en la misma intervención en la que calificó de «poco democrática» la manifestación de UPN, PP y Vox contra la entrega de Pamplona al partido abertzale, solo posible por el apoyo del PSOE, que no tenía más remedio: era el precio aceptado a cambio de hacer presidente al mamerto del Falcon.
Puente sería capaz de decir algo parecido de Jack el Destripador si por un casual el célebre asesino en serie se presentara por la circunscripción de Whitechapel y su escaño fuera decisivo para investir a Pedro Sánchez: «Un psicópata que ya no mata tiene derecho a la vida política como el que más, y es poco democrático protestar si llegamos a acuerdos con él».
Pueden cambiar al cruel criminal, y también al enigmático descuartizador inglés, por cualquier personaje, organización o colectivo siniestro, que Sánchez siempre aprovechará su apoyo si lo necesita y Óscar o Patxi oficiarán gustosos de mamporrero para culminar la coyunda y reprobar a quienes denuncien la zoofílica relación política que consagra.
Tenemos así en España a partidos que nunca ven demasiado lejos a Franco, a Hernán Cortés o a Torquemada para, en nombre de una ridícula cruzada contra ellos, criminalizar las alianzas del PP con Vox o la existencia del segundo, a pesar de que ninguno de los dos había nacido siquiera en sus épocas ni incluye en sus filas a terroristas, golpistas o prófugos ni desacata la Constitución, gusten mucho o nada sus propuestas.
Pero, a la vez, olvidan en cinco minutos los inmensos dolores provocados, jaleados o incluso protagonizados por otras formaciones hace cinco minutos, tantos de ellos sin cerrar, que además mantienen intactos los objetivos que llevaron a los pistoleros a provocarlos con infinita crueldad.
Tras el muro de Sánchez se cobijan fantasmas pretéritos sin ningún impacto en el presente, invocados para justificar la abolición de la alternativa democrática por el método de criminalizar los pactos en la derecha, blanquear los matrimonios coprófagos en la izquierda y negar la posibilidad de entendimiento entre el PP y el PSOE, en una pinza perfecta para eternizar al sanchismo.
Y en su parte del muro de la vergüenza, una parada de los monstruos reales, irrumpen legitimados las más abyectas figuras, con los más penosos currículos y las más perversas intenciones. Como si aceptar su participación en el sistema, derivado de la tolerancia constitucional y de la aplicación de las leyes vigentes, obligara además a borrar su trayectoria, alimentar sus fines y convertirlos en los responsables de decidir el futuro del país.
Que no falten papagayos dispuestos a cacarear la consigna de Sánchez y el Dúo Sacapuntas que marca las directrices no equivale a que tengan razón en nada y, mucho menos, reduce la necesidad de decir qué es Bildu, quién lo conforma, qué exigen, qué han hecho y qué pretenden hacer.
Ya en 2011 el Tribunal Supremo consideró que Bildu era, en sentencia de su Sala 61, un simple «testaferro» de ETA cuyo nacimiento se consideraba un «fraude» para esquivar la ilegalización de todas las sucursales de Batasuna, el brazo político del terror y conseguir, con su presencia en las instituciones, los recursos de todo tipo necesarios para mantener su sangrienta supervivencia.
Eso, junto al resto de resortes del Estado de derecho, fue lo que enterró a ETA como también encarceló luego a Junqueras y obligó a huir a Puigdemont; por mucho que el relato blanqueador de Zapatero primero y Sánchez después pretenda instalar la falacia de que fue el PSOE quien acabó con los matarifes.
Pero hay más: Bildu es una coalición de partidos que ayudan a disfrazarse a su matriz hegemónica, Sortu, la organización encabezada por Otegi que incluye al último portavoz de ETA en su dirección, David Pla; invita a cuatro etarras al acto de presentación de su candidato a lehendakari (entre otros al fugado Sarri y a Kubati, asesino de Yoyes) y se siente heredero de 60 años de lucha del «Movimiento de Liberación Nacional», que es la edad y la terminología fundacional de la banda terrorista.
Que además nunca hayan condenado el terrorismo ni pedido perdón ni ayudado a aclarar los casi 400 crímenes sin juicio, pero sin embargo hayan arrancado al PSOE una bochornosa Ley de Memoria Democrática que casi iguala al que mataba con bombas lapa con el que moría al intentar desactivarlas, pone las cosas en su contexto preciso.
Bildu es el partido que querría ETA, con un líder condenado por secuestrar en nombre de ETA, con dirigentes y candidatos de ETA en sus filas y con una inmensa fortuna: su derrota militar, incondicional e inevitable, no ha ido acompañada de un hundimiento político equiparable por la indecente disposición del PSOE a resucitar al muerto para completar las mayorías que las urnas no le conceden.
Que Bildu es filoetarra no admite ninguna duda, salvo para esos gaznápiros que sostienen sin morirse de vergüenza que el PP es franquista y Vox nazi. Y que el PSOE también lo es, desgraciadamente, ya tampoco. Sánchez es presidente gracias a ETA, que no tiene pistolas pero ha logrado, gracias a un amoral, secuestrarnos a todos.