JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • Vox no necesita defensa porque nada ilegal ha hecho. Basta con recordar el pasado criminal del PSOE, y su presente consagrado al golpe de Estado
Una de las voces más autorizadas del Gobierno y del Partido Socialista ha fijado postura sobre dos partidos: de un lado su socio Bildu, con quien el PSOE tiene un pacto estructural de mayor profundidad y compromiso que el que pueda mantener con cualquier otro actor político; de otro lado Vox, adversario del Gobierno sin contemplaciones y de los socialistas sin componendas. (Es inimaginable que Abascal se repartiera las comisiones parlamentarias con ellos; es impensable que, aun dándole los números, dejara a su socio fuera de las mesas de Congreso y Senado para que el cuarto grupo del Congreso tuviera dos representantes y el tercero, su socio, ninguno).
La postura del Gobierno y del PSOE, mientras no desautoricen a su compañero, es esta: Bildu viene de la violencia pero la ha abandonado, y por eso merece participar en la política y gobernar. Por el contrario, Vox viene de la violencia y no la ha abandonado. Elíptica queda la evidente conclusión: no merece participar en política y mucho menos gobernar. Por eso la izquierda concibe la formación de gobiernos como levantamientos de muros destinados a frenar a ese grupo que viene de la violencia y que sigue en ella. Todo esto estaría muy bien si no se tratara de una infamia. En concreto, una vertida por el representante de un partido que estrictamente viene de la violencia, del fraude electoral (febrero del 36), del magnicidio (Calvo Sotelo), de las previas amenazas de muerte en las Cortes (Galarza), de la tortura, de los paseíllos, del golpe de Estado armado (1934), de las checas (varios centenares solo en Madrid), y de provocar una Guerra Civil, como por fin se dijo en el hemiciclo (fue Ramón Tamames).
Óscar Puente, la autorizada voz a la que nos referíamos, nos está tendiendo una trampa que conocemos de sobra y en la que no deberíamos caer: el paralelismo de unos terroristas derrotados a los que el PSOE ha regalado el triunfo de su proyecto político (si no son eso, ¿por qué dice Puente que Bildu «viene de la violencia»?) con un partido nacido hace nueve años que siempre ha respetado las reglas de juego democráticas y cuya única vinculación con el terrorismo son las víctimas que militan en él. Otra cosa es que la putrefacta izquierda que nos ha tocado equipare el discurso claro contra el régimen con la violencia. Eso es un clásico del wokismo: las opiniones contrarias formuladas sin complejos son violencia, y la violencia real no es violencia cuando sirve a sus causas: «No sale de la nada» (Guterres) o «depende del contexto» (rectoras de la Ivy League). Frente a la trampa, no perdamos el tiempo con obviedades como los asesinos en las listas de Bildu, los antecedentes penales de tantos dirigentes, la calaña de Otegi. Tampoco hay que ponerse a la defensiva: Vox no necesita defensa porque nada ilegal ha hecho. Basta con recordar el pasado criminal del PSOE, y su presente consagrado al golpe de Estado.