Aquel 20 de diciembre de 1973, el atentado que costó la vida a Carrero Blanco creó una conmoción extraordinaria. El régimen mantuvo durante muchas horas la teoría de que el atentado no era tal, sino una explosión de gas. Mentía. Aquella mañana yo me instalaba en el destructor Oquendo, donde iba a cumplir mi servicio militar. Entré en el sollado, que es como se llama en la Marina al dormitorio, durante la celebración de un concurso de Cesta y Puntos, como el de la tele. Poco antes del mediodía, el comandante, nos comunicó con aire grave que Carrero había muerto en un atentado al que le adjudicó autoría: “algún miembro incontrolado del PCE”, dijo y me dejó pensando en que no debía de ser su fuerte la capacidad de análisis.

Mi amigo Teo Uriarte, un terrorista de la transición, igual que el padre de Pablo Iglesias, aunque con una evolución intelectual y moral incomparablemente superior, fue condenado a dos penas de muerte en el Proceso de Burgos. Años después escribió una tesis doctoral, él personalmente, no todos la plagian, cuya idea central era sugerente: la propaganda franquista, queriendo justificar la represión, presentó a la banda como una máquina inexorable y contribuyó a crearla. En el bando antifranquista venía a pasar lo mismo: la caracterización de la dictadura como una némesis violenta y cruel, dotó al franquismo de una seriedad que ya para entonces no tenía. Prueba de ello es que Franco designó como sustituto de Carrero al responsable de seguridad del régimen, el ministro de la Gobernación, Carlos Arias Navarro.

Sin embargo, ETA y el régimen salieron idealizados en el imaginario colectivo. Tanto que han circulado con profusión teorías conspiranoicas muy variadas, todas carentes de fundamento para sostener autorías que llegaban hasta la CIA, porque era imposible la organización de un atentado al día siguiente de la visita de Kissinger y en el mismo barrio de la embajada americana. Los hechos ciertos: ETA era una organización exangüe y la seguridad franquista era manifiestamente mejorable. Sus respectivas propagandas contribuyeron a magnificar al enemigo.

Muchos años después, Basta Ya convocó una manifestación en la que cada asistente debía llevar una pancarta con el nombre de una víctima de ETA. Las que llevaban el de Luis Carrero Blanco quedaron en el suelo, amontonadas unas sobre otras. Era un precedente. Ahora se sigue prefiriendo a la banda terrorista al partido de Ortega Lara. Y no una organización de particulares, no. El mismísimo presidente del Gobierno.