ABC 16/05/13
ISABEL SAN SEBASTIÁN
¿ CUÁNTA dignidad puede derrocharse a cambio de que nos perdonen la vida unos matones ataviados con capucha y boina? ¿Hasta dónde llegará la humillación de las víctimas y de todos los españoles que un día creímos, ingenuamente, en la perseverancia en la Ley, la firmeza en las convicciones y la fuerza de la valentía como únicas armas lícitas para derrotar a una banda terrorista? ¿Qué más tiene que suceder antes de que alguien ponga pie en pared y diga «hasta aquí hemos llegado»?
No pasa un día sin que el brazo político de ETA, uno de los tentáculos de la organización asesina, lance un desafío al Estado de Derecho que debería ser suficiente en sí mismo para justificar una actuación de la Fiscalía General del Estado instando la ilegalización de ese engendro llamado Bildu. Cuando no aparece su portavoz, Laura Mintegi, tratando de impedir la detención en Ondárroa de una terrorista condenada en firme por la Audiencia Nacional e invocando para tal fin su condición de parlamentaria vasca, son sus compañeros en el ayuntamiento navarro de Olazagutía quienes sustituyen el retrato del Rey, preceptivo en el salón de plenos, por el de un etarra difunto. Con total impunidad. Con infinita chulería. Con insoportable arrogancia.
No sólo no ha salido de sus bocas una palabra de condena de los crímenes perpetrados durante décadas por sus socios de pistola o mando a distancia, sino que utilizan las instituciones para legitimar en cada intervención ese sanguinario historial. Reivindican de hecho cada asesinato, cada huérfano, cada viuda, exigiendo obscenamente el pago de un precio político por abandonar su actividad delictiva. Cobran de nuestros impuestos para someternos al escarnio de oírles pronunciar a toda hora la palabra «paz»… Ellos, que no entienden más lenguaje que el de la violencia engendrada en el odio.
Son hijos de la bestia, criaturas oscuras determinadas a lograr su delirio independentistas a cualquier precio. No se detendrán ante nada que no sea una fuerza superior a la suya. La de la razón, la decencia y la libertad, contrapuesta sin complejos a la violencia, el miedo y la coacción que ejercen en nombre de esa Euskal Herría aterradora, surgida de la mente enferma de Sabino Arana, que poco a poco están logrando perfilar a base de difuminar los últimos vestigios de resistencia que se oponían a su proyecto apaciguador y equidistante, «sin vencedores ni vencidos». Silenciando las voces reacias a comulgar con esta rueda de molino. Imponiendo su lenguaje y su «relato», como dicen ahora los cursis.
¿Dónde está el PP? ¿Dónde el PSOE? Uno y otro nos juraron en su día que la Ley de Partidos contenía mecanismos suficientes para poder ilegalizar a cualquiera de las marcas proetarras en el mismo momento en el que incurrieran en una causa sobrevenida, como el enaltecimiento del terrorismo o la inclusión en sus listas de elementos «contaminados». Pues bien ahí está Sortu, con el etarra Rufino Etxeberría como cabeza visible y referencia mediática, y ahí está Mintegi, utilizando su condición de aforada para obstaculizar el arresto de una terrorista. ¿Qué más pruebas necesitan?
Lo cierto es que nos mintieron. Sabían perfectamente que Bildu era parte del entramado del hacha y la serpiente, tal como sentenció el Tribunal Supremo en base a las evidencias acumuladas por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, pero tenían que disfrazar de algún modo este embuste para justificar el cambalache acordado con los asesinos. El pacto de la vergüenza que suscribió Zapatero y bendijo Rajoy con tal de que no hubiera más muertos. Un monumento a la cobardía.