Ruben Amón-El Confidencial
Iglesias y Otegi se entregan a una vergonzosa operación de blanqueo, fantaseando con un tripartito que evacúe del poder al PNV
Resulta vomitivo y obsceno el tratamiento de blanqueo y trivialidad que identifica la trayectoria reciente de EH Bildu. La marca posetarra todavía no ha condenado el terrorismo, ni ha renunciado al homenaje de sus pistoleros, pero ha emprendido un proceso de normalización que cultiva Pablo Iglesias, que tolera el Partido Socialista y que lidera con descaro la serpiente de Otegi.
No es Arnaldo el candidato al cargo de lendakari, pero sí el coordinador de EH-Bildu, el patriarca del soberanismo y el artífice de una estrategia que compagina la amnesia de la sangre con la reputación ideológica de la izquierda.
EH Bildu no sería tanto un partido oscurantista y heredero de los verdugos sino un partido ‘progre’ que defiende el proletariado, recela del liberalismo y describe al PNV como la derechona. Arnaldo Otegi urge a un cambio de régimen, un cambio de época. Ya lo había intentado ETA con la metralla y amonal, pero el exterrorista Otegi —la Justicia lo condenó por su pertenencia a la banda asesina— se ha convertido ahora en un escorpión perfumado y en un personaje ampulosamente libertario.
EH Bildu no es un partido oscurantista y heredero de los verdugos, sino ‘progre’ que defiende el proletariado y describe al PNV como derechona
Un partido tiene derecho a evolucionar, a perfeccionarse, a rectificar, del mismo modo que un pistolero puede regresar gradualmente a la vida en sociedad. El problema es que Bildu todavía se enorgullece de su pasado y que Otegi pretende blanquear su expediente criminal desde la política. Nada le hubiera impedido reintegrarse en otros oficios menos expuestos al ultraje de la memoria y de la dignidad. La política, en cambio, le permite desarrollar un siniestro relato evolutivo: los crímenes de ETA eran tan dolorosos como necesarios.
No procede acaso repetirlos ni evocarlos, pero sí concederles un valor precursor cuyos méritos habrían facilitado o predispuesto las expectativas de la gloriosa independencia. La sociedad vasca debería agradecer las antiguas monstruosidades. Por eso EH Bildu homenajea a los terroristas que salen de la cárcel y reclama caridad humanitaria para aliviar la agonía de Josu Ternera.
Bildu es un partido tan legal como inmoral. Puede presentarse a unas elecciones. Sus escaños son legítimos. Lo mismo cabe decir de la CUP. O de Vox. O de ERC. No cabe mejor prueba de la pluralidad de la democracia española. Y de la naturalidad con que cohabitan las ideas radicales o subversivas. La diferencia ‘cualitativa’ de Bildu consiste en su linaje sanguinario. Porque no ha abjurado de él. Y porque pretende ocultarlo entre los eslóganes del programa proletario: nacionalizar empresas, incrementar la presión fiscal a los ricos, ‘cuidar de la gente’.
Estremece la expresión, ‘cuidar de la gente’, porque Otegi proviene de las cavernas de ETA. Y porque estuvo paseando por la playa el día en que ejecutaron a Miguel Ángel Blanco. No puede perdonarse semejante abyección ni tolerarse las operaciones de blanqueo que Pablo Iglesias se ha propuesto organizar desde la beatitud de la izquierda para extirpar del poder al PNV.
“En Euskadi, hay una mayoría social progresista que no tiene por qué resignarse a tener un Gobierno de derechas”, proclamaba el líder de Unidas Podemos. “El 12 de julio puede haber un Gobierno de coalición de izquierdas que refuerce los servicios públicos y la justicia fiscal”.
He aquí la naturalidad con que Iglesias expone la oportunidad del tripartito. Y el descaro con que convierte a Bildu en un socio homologable. Ya había participado del blanqueo el PSOE, pactando con el partido ultra la derogación de la reforma laboral, pero la vergüenza de aquella operación nocturna precipitó una crisis interna y externa que escarmienta los vínculos diabólicos.
Primero, porque el PSOE digno e histórico no puede relacionarse orgánicamente con un partido de naturaleza nauseabunda. Y en segundo lugar, porque las relaciones privilegiadas con el PNV en Madrid contradicen que los socialistas vayan a negarle el apoyo a Urkullu, en caso de que el vigente lendakari, como parece, no termine alcanzando el umbral de la mayoría absoluta.
Resulta inadmisible aceptar que Bildu sea un partido de izquierdas: soberanismo y progreso representan términos antitéticos. Lo que sí caracteriza a Bildu es la repugnancia, la inmoralidad, la ferocidad, no digamos cuando Otegi pontifica sobre los derechos humanos.
La manipulación de la memoria no merece la indulgencia hacia ETA, ni que se la otorgue un vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, en nombre de la pureza ideológica, del oportunismo electoral y de la batalla absoluta contra la derecha.
Y contra el PSOE, pues la insistencia con que Bildu y Unidas Podemos aspiran a reabrir el caso GAL en el Parlamento pretende demostrar que hubo una guerra entre iguales y que Sánchez, al cabo, es hijo de un partido criminal que debe arrojar al suelo la estatua de Felipe González.