El monstruo del bipartidismo ha resucitado. Lo creían muerto cuando, sólo por molestar, ha mostrado sus zarpas y lanzado un rugido tan feroz como el león de la Metro. El pacto de Yuste, inesperado y eléctrico como un requiebro de Benzema, provocó sorpresa e irritación a ambos lados del tablero. Podemos, que no se entera, hizo como que sabía, mientras su lideresa Belarra patinaba, todo bochorno, en lo de Alsina. Vox se enervó sin paliativos y Ciudadanos clamó con estrafalaria ira.
Jugada redonda, aunque sin Iván, ese juguete roto, figurilla amortizada. Lo que parecía un imposible se consumó en menos tiempo del que se tarda en tirar a la papelera lo último de Almudena Grandes. Horas antes de sellar el abrazo de Yuste, con Angela Merkel de gélido testigo, Sánchez y Casado habían forzado la imagen del desencuentro, la coreografía de la distancia. Primero en el desfile de los abucheos y luego en el Congreso de los Diputados. Puro teatro. La cosa estaba en marcha desde mayo. Y se aceleró. «Esto hay que cerrarlo antes de que nazca tu hijo», le dijo Bolaños a Egea, los nuevos Guerra y Abril del conchabeo. Así se hizo. El inminente congreso del PSOE también despejó obstáculos y facilitó la entente de las instituciones, la renovación de cuatro paquidermos que estaban varados en el pantano de la indefinición y la abulia. Marugán el defensor descansará al fin tranquilo y Arnaldo, en el TC, calienta que sales.
Una jugada virtuosa y eficaz para quienes militan en la cofradía del bipartidismo. Más bien pocos. El PSOE subraya la sideral irrelevancia de Podemos, muy crecidos con los Presupuestos, y el PP jibariza a Vox, minusculiza a Cs y se erige en el puntal supremo de la derecha. Una apuesta, no obstante, llena de inconvenientes. «Casado pacta con el líder de Frankenstein». «No les importa la gente sólo los sillones». «Sueñan con un pasado que ya no existe». «Sólo piensan en repartirse el poder». Se contorsionaban las redes con furor antiguo ante el espectro del bipartidismo rampante. Lo pensaban yerto e inerme y, de pronto, vuelve a mover la cola.
Todo cambió, desde el vértice de la Corona hasta el mapa de la geopolítica. Mudaron los cimientos y se desplazaron los ejes del edificio constitucional. Afloró la nostalgia
¡No preocuparse!, diría el Ábalos tertuliano, es un mero espejismo, un ramalazo pasajero, un flashazo fugaz. El pas à deux de nuestra democracia quedó sepultado con la crisis del 2007 y la irrupción de los partidos menores con vocación de poder. Todo cambió, desde el vértice de la Corona hasta el mapa de la geopolítica. Mudaron los cimientos y se forzaron los ejes del edificio constitucional. Y afloró la nostalgia.
Aquellas décadas de bipartidismo forzoso que propiciaron una larga era de estabilidad social, prosperidad económica, consolidación de las instituciones, pujanza cultural, relieve internacional, flotan todavía en ciertos rincones ocultos de la memoria colectiva. La ‘nueva política’ resultó un fiasco. Nació vieja y artrítica y chapotea ahora entre los estertores de la nimiedad. Además, aquel sarpullido casi adolescente nos llenó todo de incontenibles politólogos, una cansina especie que hasta entonces ni existía. Un disparate acelerado e hiperventilado, como un primer acto de Jardiel. Finalmente llegó Sánchez con su Frankenstein y todo saltó por los aires. Negociar presupuestos con una colla de sediciosos o inundar de afectos y lisonjas a los primos de una banda criminal no es lo que se esperaba de aquella oleada de regeneración purificadora, de aquel vendaval catártico y renovador.
Quizás aún tenemos grabada en la neurona colectiva el llamado turnismo de la Restauración, cuatro décadas jugando al pimpón entre Cánovas y Sagasta, conservadores y liberales repartiéndose alegremente los mandos del Gobierno
El bipartidismo funciona con relativo éxito en algunas democracias respetables como Estados Unidos o Gran Bretaña. Incluso camina sin graves tropiezos en la actual Alemania, donde a veces se encuerpa en Gran Coalición, un artefacto de eficacia loable. Es una fórmula aburrida, cierto, pero exuda serenidad. Aquí no fue posible porque la bisagra de Ciudadanos no cuajó. El bipartidismo no goza ente nosotros de una imagen encomiable, como si verse forzado a gobernar con comunistas o a mendigarle votos a Junqueras fuera una liturgia gozosa. Quizás aún tenemos grabada en la neurona colectiva el llamado turnismo de la Restauración, cuatro décadas jugando al pimpón entre Cánovas y Sagasta, conservadores y liberales repartiéndose alegremente los mandos del Gobierno como si tal cosa. Lo pintó bien Galdós en uno de sus episodios: «Dos manadas que no aspiran más que a pastar en el presupuesto (…) que carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve. No mejorarán lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta».
Ahora toca el CGPJ, quizás también apalabrado y hasta preacordado. Y luego, quién sabe, el adelanto electoral. De este enjuague, los partidos menores han salido maltrechos
Olvídense, aquí no habrá segunda edición de bipartidismo porque Sánchez, culminado su Congreso de los balidos de Valencia, en el que lapidarán fogosamente a Díaz Ayuso, se arrojará de nuevo en brazos de sus socios, gente vil y miserable, para aprobar los presupuestos y escupirá sin miramientos sobre la fábula de Yuste. Casado, sin embargo, ha emergido dichoso de la experiencia. Demostró iniciativa a lanzar el guante del acuerdo a la bancada socialista que lo recogió presurosa, sin aspavientos. ¿Por qué? No se sabe, el truco ya se verá.
El líder del PP se ha sacudido el espantajo de catastrofista, crispador, radical, ‘no es no’ que le enjareta el presidente del Gobierno, muy corto de epítetos desde que cambió de escribidor. El insumiso era Sánchez. En cuanto levantó el dedo del botón del bloqueo todo se ha desencallado. Ahora toca el CGPJ, quizás también apalabrado y hasta preacordado. Y luego, quién sabe, el adelanto electoral. De este enjuague, los partidos menores han salido maltrechos. Y el líder de la derecha, reconfortado y ufano. Ha recuperado el tono, algo demediado en sus últimos lances. El cartero de Casado llama dos veces. En la Convención y ahora en Yuste. Las batallas, de una en una y siempre que se vayan a ganar, advertía Lincoln.